No Waiting in Line

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NUEVA YORK. No hay colas. No hay piquetes ni grandes manifestaciones. No hay protestas en las oficinas de Wachovia, el banco que tuvo que ser vendido de apuro el lunes al Citigroup. Tampoco hay mucha gente en el Sovereign Bank, uno de los bancos cuyas acciones están siendo castigadas estos días porque se rumorea que también caerá.

En la crisis financiera de los Estados Unidos no se ven las escenas del corralito argentino de 2001: muchos ahorristas sacan por Internet el dinero de un banco y lo confían a otro. Pero igual los ciudadanos de a pie mastican desconfianza hacia los políticos, hacia los ejecutivos de Wall Street, hacia el rescate bancario votado anoche en el Senado. Consideran que poco los ayudará a sortear la recesión que se avecina, si es que no ha llegado ya.

“Estoy vendiendo la mitad que hace unos meses”, cuenta el encargado de un puesto de hot dogs (panchos) en la esquina de la calle 44 y la Quinta Avenida. Está en el Midtown de Nueva York, al lado del edificio de Morgan Stanley, uno de los poderosos bancos de inversión que debieron convertirse el mes pasado en bancos comerciales para sobrevivir con la regulación (y la consiguiente asistencia) de la Reserva Federal (Fed, banco central de EE.UU.). Este hombre de 53 años, que prefiere no revelar su nombre y lleva una gorra con la bandera y el águila norteamericanas y la inscripción “No a la venta”, comenta que los clientes “tienen miedo por su empresa, el combustible, su hipoteca y entonces ahorran; se lo piensan dos o tres veces antes de pagar un hot dog “.

“Pero mucho no ahorran si se lo comen”, comenta este cronista, en una avenida en la que sólo se ve a lo lejos un mendigo, que dice haber perdido su equipaje. “Sí, ahorran en esto. Uno compra su pancho, le ofrezco una gaseosa y no quiere. Otro se compra sólo la gaseosa”, comenta el vendedor callejero, que teme no llegar a pagar el alquiler el mes próximo. Un cliente le compra con decenas de moneditas una gaseosa de un dólar y él concluye: “Es la peor crisis que he vivido”. Y no cree en la salvación bancaria que se votaba anoche: “Cuando ellos [por los banqueros, que tienen su meca en Nueva York] ganaban buen dinero, nadie se preocupaba por la gente pobre, por los de [los barrios de] Queens o el Bronx. ¿Por qué, si ellos no nos ayudaron, nosotros tenemos que ayudarlos a ellos? Ellos pierden mucho dinero, pero no pierden todo”.

Una jubilada de 66 años de San Francisco, de vacaciones por aquí con su hija, se muestra a favor del rescate como excepción, pero aboga contra la intervención estatal en la economía. Con un paraguas que las cubría de la cálida lluvia otoñal en el Bryant Park, y sin dar su nombre, la anciana elogia que “nada se nacionaliza en EE.UU., y eso debería mantenerse, aunque ahora se haga lo contrario”. Su hija comenta: “Hemos vendido un montón de acciones”.

“Pero ya no vendimos desde que empezó la crisis -corrige la blonda jubilada. Nuestras acciones perdieron el 30 o el 40 por ciento de su valor, pero confío en que se recuperarán en el largo plazo.” La hija la mira extrañada: “¿Confiás?”. Y la anciana añade que la crisis financiera no la afectará porque tiene dinero en efectivo y tampoco perjudicará a la mayoría de sus compatriotas con ahorros: “Es usual que el que tiene más de 100.000 dólares lo reparta entre varias cuentas”. Sucede que la estatal Corporación Federal de Garantía de Depósitos de EE.UU. garantiza hasta esa cifra, aunque el paquete de rescate la elevará a 250.000.

“El rescate es una m…”, dice John, de 32 años, en la puerta del Morgan Stanley. “Está todo arreglado. Washington es un show”, agrega este joven que reconoce que se emplea en “trabajos malos”. “La crisis está afectando mucho. La gente va menos a los clubes nocturnos. También se ve en la construcción, hay menos trabajo. Antes se construían muchos condominios en Nueva York, en Nueva Jersey, pero ahora no se pueden alquilar, están todos vacíos.”

Esperanza

Singh, un taxista indio, dice que su trabajo apenas se resintió porque “la gente en Nueva York tiene dinero, el problema es que no quiera gastarlo”. Pero señala que hay menos empleo en la banca y en la industria automotriz. “La gente cambia mucho de trabajo. Hay menos negocios, pero esperamos que el año próximo, con el nuevo presidente, sea mejor”, se esperanza con el final de ocho años de gobierno de George W. Bush. Otro extranjero, en la Quinta Avenida y la 46, intenta vender un grabador digital a 200 dólares. Lo baja a 170, a 150, admite que las ventas van mal, y cuando ve que el cliente se retira del local sin comprar le grita: “100… 50”.

“A mí la crisis aún no me afectó”, admite Calvin, un afroamericano de 54 años. Lo atribuye a que él es cartero, gana poco y no tiene ahorros. “La crisis afecta principalmente a la clase media, que tiene trabajos mejores. No digo que no vaya a sufrirla yo. Posiblemente sí, pero estoy preparado para eso”, se tranquiliza Calvin. Reconoce que no tiene una opinión formada sobre el rescate bancario, pero opina: “Si [el gobierno] los puede ayudar [a los bancos], que los ayude. Pero ¿por qué voy a estar apenado por ellos si ellos no están apenados por mí? Soy un hombre pequeño, un obrero, un trabajador de bajo salario. No me preocupo por ellos”.

Sarah Baldwin, de 28 años, es oficinista de una firma financiera y se inquieta por cómo gastar. “No sabés si vas a tener trabajo, especialmente si trabajás en el sector financiero. Te volvés más frugal, pensás más en qué vas a gastar la plata”, relata al lado de una sucursal de Wachovia (el banco que acaba de ser comprado por el Citigroup) en la avenida Madison y la 45.

Sobre la ayuda a la banca para evitar un desastre como el de la Gran Depresión de 1929 -cuando no se ayudó a las entidades en un principio- opina que “suena positivo, pero habrá que ver cómo terminan aumentando los impuestos” para financiarlo.

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