Joe, the Plumber from Hell

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El sueño de todo estratega electoral es lograr crear una tendencia que prenda fuego y contagie la sensación de que la victoria de su candidato no sólo es lo mejor, sino que es inevitable

Asi se puede escuchar el rechinar de dientes en la comunidad política reaccionaria estadunidense. Casi se puede sentir el temblar. La desesperación es palpable y los voceros de la América Conservadora están empezando a admitirlo.

Linda Chávez, una “ex-liberal” latina reconvertida en ultra conservadora y clásico ejemplo de la minoría autoflagelante (o self-hating minority), es también una de las voces entre los editorialistas de derecha que admitió que están enfrentando un “gran reto” y que después de la próxima elección los “conservadores tendrán más dificultades para hacer sentir su influencia que en cualquier otra época en la memoria reciente”, según escribió en su columna.

El sueño de todo estratega electoral es lograr crear una tendencia que prenda fuego en la ciudadanía y contagie la sensación de que la victoria de su candidato no sólo es lo mejor, sino que es inevitable y más vale sumarse. Si un estratega no puede crear esa tendencia, debe al menos intentar subirse a la tendencia existente y adaptar su candidato para colocarlo en la cresta de la ola.

En otras palabras, poner al candidato de moda. Ese esfuerzo –capturar el estado de ánimo social y convertirlo en el mensaje central de una campaña– es lo que Obama ha logrado con increíble éxito, apoderándose de la noción del cambio indispensable y de la renovación impostergable.

A pesar de que en algún momento McCain repuntó e incluso Sarah Palin pareció ser una elección genial como vicepresidenta, la tendencia –fomentada por una catastrófica crisis económica– apunta a que es hora de que los republicanos se vayan a casa a dormir.

Todo les ha salido mal. Después de la vigorosa y temible entrada en escena de Palin, la base conservadora se envalentonó sólo para ser prontamente humillada. Pocas entrevistas después estaba claro que Sarah no estaba capacitada para gobernar el país, y declaraciones sucesivas la han convertido más en una caricatura que en una candidata. Más recientemente, el escándalo por el gasto de más de 150 mil dólares en ropa y peluqueros han terminado de hundir su imagen.

Entonces, entra en escena Joe el plomero. El hombre común, el americano six pack. El hombre sencillo que interpela a Obama y le dice “su plan de impuestos me va a perjudicar, ¿verdad?”. Los conservadores encontraron su mina de oro.

McCain ha mencionado a Joe más de cien veces en sus discursos, tratando de convertirlo en la definición del buen americano amenazado por las propuestas “izquierdistas” de Obama. El asunto prendió en un primer momento. “Dios lo bendiga. A Joe el plomero, esto es, por forzar a Obama a admitir la verdadera razón por la que quiere subir los impuestos” escribe Mona Charen, columnista conservadora y continúa: “no es para financiar al gobierno ni resolver el déficit… es para ‘distribuir la riqueza’, cosa que el senador de Illinois considera que es ‘bueno para todos’”.

Obama prometió, en realidad, bajarle los impuestos a la clase trabajadora y subirlos para los más ricos, echando a bajo el evidentemente fracasado esquema de Bush. Pero la derecha lo ha atacado con virulencia considerando que la redistribución de la riqueza es algo malo –desmotiva a los ricos y fomenta la flojera de los pobres– y, sobre todo, es anti-americano. Es –Dios lo perdone– socialismo.

El plomerito amenazó con convertirse en una pesadilla para el demócrata, que de por sí sufre de la eterna acusación de ser demasiado culto (le gusta la rúcula) como para gobernar a los rednecks —mensaje que dañó mucho a John Kerry en 2004—.

Ya encarrerado en la campaña más sucia en la historia de Estados Unidos, McCain está insistiendo en que Joe representa a todos aquellos pobres americanos que sufrirían con las políticas de Obama, cuando en realidad es exactamente al revés: su plan beneficiará a todos aquellos que ganen menos de 250 mil dólares al año (incluyendo plomeros).

McCain también ha acusado (sin pruebas) a Obama de tener lazos con un cierto terrorista local, Bill Ayres, mientras que él mismo tiene entre sus méritos reuniones amistosas con el dictador chileno y famoso terrorista Augusto Pinochet.

La figura de Joe, el Plomero del Infierno, empezó a desinflarse cuando se supo que tenía problemas con impuestos internos, pero más que nada por el uso y abuso de su figura mientras se soltaban tantas otras mentiras.

La gran tragedia de McCain es que, haga lo que haga, no logrará subirse en aquella ola que en algún momento pudo haber capturado. La tendencia del momento –la transformación– no pudo ser atrapada ni con Palin ni con Joe, ni con las ridículas (e ignorantes) acusaciones sobre socialismo.

McCain no sólo está a punto de perder la elección: ha dejado la dignidad en el camino. Y con él no sólo está arrastrando a Palin y la cúpula reaccionaria americana, está arrastrando a toda la derecha internacional, que trata de desmarcarse con angustia. Está terminando de enterrar a la verdadera víctima de Bush: el capitalismo salvaje.

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