The Bush Revolution is Over

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Las relaciones entre padres e hijos siempre han sido complicadas. Sobre todo, cuando la figura paterna amenaza con eclipsar a la del vástago. A veces, la ansiedad del hijo por vindicar su identidad puede conducirle a extraños extremos. No hace falta hacer un cursillo acelerado de psicoanálisis en Buenos Aires para percatarse de las profundas diferencias de carácter entre Bush padre y Bush hijo. El primero era un pragmático, un realista, que igual negociaba con la China comunista que buscaba una alianza de conveniencias con el viejo enemigo sirio. Asumía que el mundo es como es y no como nos gustaría que fuese. El hijo, en cambio, se propuso cambiar el orbe en compañía de un grupo de consejeros neocón -neotrotskistas algunos- que mantenían una fe ciega en la capacidad de EE.UU. para moldear la realidad y comerse el mundo con su liderazgo. La revolución de Bush hijo ha terminado como terminan todas las revoluciones: con estrépito, derrota y rechinar de dientes. Y vuelven ahora los tiempos de pragmático realismo de Bush padre.

En Europa, donde tan escarmentados estamos de revoluciones, se celebra la derrota de Bush hijo con el mismo alivio con el que se saludó el exilio del jacobino Napoleón en Santa Elena. Pero este tampoco va a ser el fin de la historia y, ni mucho menos, de nuestros dilemas. Realismo, en política, casi siempre rima con cinismo. Y en la nueva etapa ya se adivina a quienes van a ser cursadas invitaciones a la fiesta del neorrealismo: negociaciones con los talibanes en Afganistán, donde ya podemos ir olvidando nuestros sueños redentores; entrega de Irak a los chiíes proiraníes a quienes se les intentaría contrarrestar con el apoyo a la resistencia suní, integrada en su mayor parte por antiguos seguidores de Sadam; e invitación al Irán de los ayatolás a involucrarse en una negociación global para la estabilidad de la zona… entre otros amargos tragos. La diferencia está en que, a diferencia de la revolución unilateral de Bush hijo, a los seguidores del pragmatismo en EE.UU. nada les gusta más que la compañía de la vieja y elusiva Europa para celebrar estas fiestas de tan imprevisibles invitados.

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