Before and After

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El año 2008 pasará a la historia política norteamericana -y, en la medida en que corresponda, a la historia mundial- como el del antes y el después, como el fin de una era y el principio de otra. Las campañas electorales no se organizarán de la misma forma, ni se financiarán como hasta ahora; los candidatos se relacionarán con los electores de manera distinta; el récord de participación tendrá efectos duraderos y la sociedad habrá dado enormes pasos adelante en la cicatrización de una de sus heridas más antiguas y profundas, la de la esclavitud.

Como toda revolución, la de 2008 no se ha producido de la noche a la mañana. Ya en las elecciones del año 2000 y, sobre todo, 2004, la maquinaria republicana dirigida por Karl Rove puso a trabajar a un millón de voluntarios para llegar a los votantes en función de los análisis de complejas bases de datos. Ya en 2004, el entonces aspirante demócrata Howard Dean descubrió las posibilidades de Internet a la hora de organizar a las bases y recaudar fondos. Y, hace cuatro años, la participación dio un enorme salto adelante.

Pero ahora todo se ha multiplicado. En el caso de la campaña de Barack Obama -magistralmente dirigida por David Axelrod- estas dimensiones reforzadas han logrado conectar con la incorporación masiva de los consumidores a la información. La combinación del Yes, we can con YouTube -la propulsión que producen las tecnologías de masas sobre el mensaje tradicional- ha sido explosiva.

Y, sin embargo, cuando el 76% de los norteamericanos cree que el país va por el camino equivocado, todo esto no es lo más importante. La organización de Obama -primero frente a Hillary, después ante John McCain- ha sido de una eficacia espectacular, pero estamos hablando de mucho más; el dinero gastado en 2008 ha batido marcas, pero eso es algo que volverá a ocurrir dentro de cuatro años. No; se trata de una nueva frontera como la que marcó John F. Kennedy hace casi medio siglo, de una visión compartida, de otra dirección y otro tiempo. Se trata del siglo XXI.

En una elección determinada por la economía, con el recuerdo de la incompetencia y los desmanes de los últimos ocho años y con un paisaje social en el que se afirman la diversidad y la fusión, el antes y el después pasa por el cambio. Por el cambio y la esperanza, no por el miedo y el eco del 11-S. El antes y el después que más importan tienen que ver marginalmente con la pequeña ruptura de McCain con respecto a George W. Bush y, sobre todo, con la figura de Obama. “Creo que el gran mensaje es la renovación del sueño americano”, dice Carl Meacham, asesor principal del Comité de Relaciones Exteriores del Senado de Estados Unidos, que, como hijo de afroamericano y chilena, sabe bien de qué habla cuando recuerda, una vez más, que Obama es hijo de un africano negro y una mujer blanca de Kansas. Y para explicar mejor la revolución, no se resiste a dejar caer la pregunta: “¿Podría pasar esto en Europa, en España? ¿Se elegiría presidente a alguien mitad español mitad dominicano, o ecuatoriano, o marroquí?”.

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