The False Feminism of Sarah Palin

Edited by Louis Standish

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Al parecer, las modas son capaces incluso de generar tendencia en las campañas electorales. La mercadotecnia se nos presenta como la verdad revelada, el ojo orwelliano que todo lo ve y la mano que guía la consecución del objetivo planteado. Todo esto aunque el objetivo sea falso o, dicho de forma eufemística, falte a la verdad.

Una de las aberraciones que hemos tenido que escuchar en los últimos tiempos es la catalogación, cual ‘hormigas comunis’ (hormiga común), de la gobernadora de Alaska y aspirante a la Vicepresidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano, Sarah Louis Hetah Palin, como feminista, mujer de nuevo siglo que de manera casi perfecta nos muestra -en un cartel electoral, en apariciones estelares en programas de televisión o en complejos debates políticos- el paradigma exacto de las reivindicaciones por las que las mujeres llevamos peleando desde hace más de un siglo.

La que aquí escribe no es maestra fresadora, ni pintora vanguardista y mucho menos ebanista de fino taller, pero si tuviera que dedicarme a alguna de estas profesiones comenzaría por averiguar, aunque fuera de manera sucinta, los entresijos de las mismas, fundamentalmente para no hacer el ridículo al opinar, hablar o producir objetos de plausibilidad aceptable. Concretando: ni el feminismo es tan complejo como para evitar su comprensión por parte del público en general, ni tan simple y transparente como para opinar sobre el mismo sin tener al menos unas nociones básicas que sostengan el argumento.

La senadora Palin es una Lara Croft en versión republicana con un toque de distinción clasista amparado en los trajes de Chanel, Armani y demás jinetes apocalípticos que evitan la cercanía demasiado cómplice del vulgo. Sus armas descansan en la venta constante de la familia tradicional como salvaguarda de la moral que engrandece a un país. La familia, como ella la entiende, es el templo protector donde los principios son más fáciles de manipular y controlar y en cuyo seno resplandece la suma sacerdotisa, la madre del clan, la mujer.

Así que desde esa distancia que establecen los guardaespaldas, los atriles imposibles, los coches oficiales y demás ornamentos propagandísticos, la aspirante a número dos de la Casa Blanca anima a las mujeres a que sigan velando por el hogar familiar, a costa de lo que sea, ya que de esa manera realizan una labor tan patriótica como irse a cualquiera de los países donde sus tropas defienden el honor de su gran nación. Pero también les transmite, a través de la transparencia de sus sosegadas lentes, que ellas nunca llegarán a ser lo que ella representa. Haced lo que digo, pero no lo que hago. Así que podemos elegir epíteto. O Sarah Palín practica la hipocresía de manera pública y notoria o ejerce (sin que los colores tiñan sus mejillas) de manipuladora oficial de la empresa republicana. Porque a nadie le pasa inadvertido el hecho de que para embarcarse en la odisea de aspirar a codirigir un país se han de dejar a un lado o en manos de asalariados, familiars o demás soldados rasos las atribuciones que la ‘mater familis’ ha de realizar cada uno de los días de su abnegada vida. Sacrificar las horas de limpieza del hogar, de recogida de los niños y niñas al finalizar las horas escolares, cocinar, mirar hacia el infinito, etcétera, son labores que no resultan en modo alguno compatibles con el hecho de reunirse en la sala oval con el hombre supuestamente más poderoso del planeta o tomar decisiones de alcance mundial . Con su discurso, Sara Palin teje, de manera intencionada o no, una tela de araña que atrapa de manera lenta pero segura los sueños, deseos y necesidades que completan la aventura de vivir de todos los seres humanos, que mutila (como se viene haciendo desde el principio de los tiempos) la posibilidad de que hombres y mujeres no seamos prisioneros de una etiqueta sexista que nos condicione el resto de nuestra vida, sino que comencemos desde lo cotidiano en esa opción cooperativa que nos haga disfrutar los unos de las otras y viceversa.

Creo que la gobernadora de Alaska es víctima de unas largas y hermosas piernas que juegan coquetas con una falda lo suficientemente ajustada como para destilar sensualidad en cada paso que da, y de una ambición propia de quienes manifiestan la necesidad de ir más allá de una estrecha y acomodada cocina que por momentos se antoja prisión.

El viento fresco de Barack Hussein Obama, su empuje hacia el cambio, necesitaba no sólo de artificios retóricos, sino de efectos visuales capaces de crear escuela, de generar seguidoras y seguidores. Y ya que Hilary Rodham Clinton se quedó a las puertas de la gesta, los republicanos destaparon su baza, la hermosa mujer con mano de hierro y principios hieráticos que contraatacará esa temible modernidad que a muchos estadounidenses les asusta de manera indescriptible. Con lo cual no es ella la manipuladora, ni la manipulada, sino una amalgama de todo ello. Sabedora de la posibilidad de convertirse en un producto de caducidad predecible, de foco de investigaciones y criticas durísimas, esta mujer asumió el reto, porque en realidad quería salir a toda costa de la cocina y abandoner el ‘roast beef’, para hacer ‘canard à l’orange’ y dejar las tardes frente al televisor, para medirse dialécticamente con hombres que lo han tenido más fácil que ella y poder mirarles de tú a tú, sin complejos. El problema es que escogió el bando equivocado. No se puede estar en misa y repicando. Sarah Palin perderá las elecciones por jugar con cartas falsas y por intentar hacer renegar a la ciudadanía de la libertad de la que ella misma disfruta.

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