Barack Obama ha resultado un fenómeno político desde todo punto de vista. Un senador que hasta hace poco había pasado desapercibido y era prácticamente desconocido mas allá de Washington D.C. ha conquistado la presidencia de su país, la primera potencia mundial, librando una contienda electoral extraordinaria que hasta los estrategas y planificadores de la campaña de su rival John McCain y muchos analistas consideran excepcional. Es el primer presidente afro-americano de su país, pero, además, de ascendencia africana reciente; es el primer presidente que, desde 1976, logra superar el 50% del voto popular venciendo a su contrincante en muchas de las circunscripciones que históricamente se consideraban coto reservado del partido opositor y captando el apoyo de la mayoría de los votantes jóvenes, de la mayoría (67%) de los “hispanos” o “latinos” como le dicen en Estados Unidos a los latinoamericanos y de la mayoría de la población de color.Adicionalmente, Obama llega a la presidencia con la simpatía, la admiración no solamente de sus compatriotas sino también del resto del mundo. Su consigna de “cambio” ha hecho surgir grandes expectativas dentro y fuera de las fronteras de su país.
En nuestra región hay mucha esperanza de que ese “cambio” que preconiza el nuevo presidente norteamericano favorezca su política con respecto de América Latina. Los venezolanos confían en que el nuevo presidente norteamericano asumirá un comportamiento diferente al de su predecesor en el manejo de la relación con nuestro país.
Sin embargo, pienso que no hay que hacerse muchas ilusiones. Las prioridades de la política exterior del gobierno norteamericano seguirán siendo las mismas y seguirán estando determinadas por los intereses nacionales superiores de la seguridad y la defensa de ese país. En América Latina las prioridades son y seguirán siendo el combate al narcotráfico, la lucha contra el terrorismo y el afianzamiento de la democracia.
Por lo que respecta a Venezuela es posible que efectivamente la nueva administración norteamericana trate de tender puentes para aplacar la hostilidad del teniente coronel presidente. Durante su campaña electoral Obama dijo que no tendría inconvenientes en encontrarse con él. Con toda seguridad el teniente coronel presidente también buscará reunirse con el nuevo presidente norteamericano. Para comenzar, en su mensaje de felicitación ofreció “restablecer nuevas relaciones” con Estados Unidos y relanzar “una agenda bilateral constructiva”.
Uno se pregunta, que significa ¿”restablecer nuevas relaciones”? ¿Es que acaso esas relaciones han estado interrumpidas en algún momento? Lo que ha habido es una actitud personal del teniente coronel presidente hacia el presidente Bush, caracterizada por insultos, agravios y ofensas, absolutamente injustificados que sólo encuentran explicación en una condición de resentimiento, también estrictamente personal, pero que en modo alguno han afectado el normal desarrollo de las relaciones económicas, comerciales y de otra índole entre los dos países. Esos ataques e insultos son recibidos con beneplácito y aquiescencia por mucha gente -y muchos gobiernos- porque ser antinorteamericano o antiyanqui “da nota” y porque el presidente Bush no goza de mucha simpatía en el mundo.
En todo caso, ojalá sea verdad que existe el propósito de buscar un acercamiento con el nuevo presidente norteamericano y que las relaciones personales entre los dos presidentes puedan mantenerse dentro del clima de respeto recíproco que corresponde entre gobernantes civilizados y entre dos países tradicionalmente amigos.
Sin embargo, no hay que olvidar que más allá de la animadversión y el odio personal que el teniente coronel presidente experimenta hacia el actual mandatario norteamericano, dentro de su entelequia del “socialismo del siglo XXI” el teniente coronel presidente seguirá empeñado en su quimérica meta de destruir el imperio y liquidar el neoliberalismo, o lo que es lo mismo acabar con la primera potencia mundial. De manera que por encima de cualquier acercamiento, el teniente coronel presidente seguirá estando bajo el permanente escrutinio de la nueva administración norteamericana. El régimen militarista dictatorial que ha implantado en Venezuela, su conducta internacional populista y demagógica y las “alianzas estratégicas” que supuestamente ha establecido con países tan disímiles como Bolivia, Nicaragua, Ecuador, Irán, Belarús, Corea y Rusia hacen de él un personaje impredecible, susceptible de perturbar la estabilidad regional. Estos son aspectos que seguramente tendrá muy en cuenta el nuevo presidente norteamericano al intentar bajar el tono de la retórica antinorteamericana del teniente coronel presidente.
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