Obama and the End of American Dominance

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Vista en perspectiva, la gran importancia de la presidencia de Obama es que permitirá a los norteamericanos, a Occidente y al resto del mundo convencerse y tener conciencia plena de que la era de Estados Unidos… llegó a su fin. Entonces se entenderá que la debacle de la política internacional de Bush se originó en su pretensión de imponer su voluntad en un mundo donde ya era imposible hacerlo porque había cambiado radicalmente, sin que Estados Unidos se hubiera dado cuenta.

En efecto, el dominio de Estados Unidos en el mundo unipolar que surgió con la caída del muro de Berlín ya es historia. Este es el planteamiento de nadie menos que de Richard N. Haas, presidente del Council on Foreign Relations de Estados Unidos, quien ha trabajado para cuatro administraciones de ese país, en un reciente ensayo suyo publicado en la revista Foreign Affairs (Vol. 8,No.3,2008). Según él, la no polaridad es “un mundo dominado no por uno o dos o incluso varios Estados, sino por docenas de actores que tienen y ejercen diversos tipos de poder”. Esos actores incluyen potencias emergentes en todos los continentes; docenas de organizaciones multilaterales globales, regionales y funcionales; grandes compañías que dominan la energía, las finanzas y la manufactura; medios globales de comunicación; partidos políticos; movimientos religiosos; organizaciones terroristas, mafias, y ONG de influencia global.

La conclusión que uno puede derivar de este agudo planteamiento es que para cumplir sus propósitos en el plano internacional, Obama va a requerir algo más que buenos propósitos y buenas intenciones. Porque Estados Unidos es sin duda el país más poderoso, pero, como afirma Haas, “el poder y la influencia están cada vez menos relacionados en una era de no polaridad”. Y tanto el poder como la influencia en lugar de concentrarse están cada vez más distribuidos.

Para Haas el fin del dominio económico estadounidense ya tiene muchos síntomas. Su participación en las importaciones globales ha bajado al 15 por ciento. Se ha incrementado su dependencia y su vulnerabilidad energética. Han surgido enormes fondos de inversión en Arabia Saudita, China, Emiratos Árabes y Rusia, que hoy disponen de tres billones de dólares, crecen a razón de un billón al año y cada vez son más importantes como fuente de liquidez para todo el mundo. Londres compite con Nueva York como centro financiero internacional. La mayoría de las reservas de los principales bancos centrales del mundo está en monedas diferentes al dólar. El petróleo podría empezar a cotizarse en euros en el futuro próximo.

Su enorme poder militar no es eficaz para afrontar las nuevas guerras asimétricas e irregulares. El 11-S, Somalia, Irak y Afganistán demuestran que en los nuevos escenarios de conflicto el gasto militar no es sinónimo de capacidad militar. Y en la diplomacia, su capacidad de persuasión se ha reducido. China ha demostrado más capacidad que Estados Unidos para influir en el programa nuclear de Corea del Norte. Requiere de Europa para presionar a Irán, pero la falta de apoyo de China, y Rusia lo paraliza. Pakistán parece ignorar a los norteamericanos. Se acabó su influencia dominante en Suramérica. Potencias emergentes como India, Brasil y Suráfrica tienen cada vez más peso regional.

Todos estos cambios globales en un mundo no polar que tiende naturalmente a la inestabilidad y al desorden harán que, no obstante su atractiva personalidad y su carisma, para Obama sea muy difícil ejercer su liderazgo para buscar respuestas colectivas a desafíos globales y regionales. Pero tal vez su inteligencia y su perspicacia le permitan superar lo que Kishore Mahbubani (Foreign Affairs, opus cit.) llama “el problema estructural más de fondo: la incapacidad de Occidente para ver que el mundo ha entrado en una nueva era”. En el siglo XXI Estados Unidos ya no será el policía ni mucho menos el rey del mundo.

Así pues, hay que invertir los términos del diagnóstico: no es que el mundo haya entrado en una nueva era con la llegada de Obama; es Obama el que ha llegado en el momento en que el mundo transita hacia una nueva era que ya ha comenzado hace varios años, y cuya principal característica es el fin de Estados Unidos como potencia global dominante.

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