A Love Affair Like in theMovies? Hardly.

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La verdad supera a la ficción… sobre todo cuando esta última es totalmente mentira. En estado de shock han quedado todos los que durante años dieron crédito a la «más grande historia de amor» conocida por la estrella televisiva y editorial Oprah Winfrey. Ella fue una de las que catapultaron a la fama a la pareja formada por Herman y Roma Rosenblat.

Lo suyo fue como «El niño del pijama de rayas», pero con final feliz. Herman estuvo encerrado de pequeño en el campo de concentración nazi de Schlieben, una subsección de Buchenwald. Allí lo pasaba muy mal hasta que algo le devolvió la esperanza: una niña vestida de campesina le tiraba manzanas por encima de la alambrada.

Años después, ya terminada la guerra, ese niño (Herman) y esa niña (Roma) se habrían conocido en una cita a ciegas en Coney Island, en la ciudad de Nueva York. Al comentar Roma que en su infancia se dedicaba a pasar manzanas por encima de la alambrada de un campo de concentración nazi (justo lo que se suele comentar en una primera cita), Herman vio el cielo abierto. «¿Llevaba ese niño harapos en sus pies en lugar de zapatos?», le preguntó emocionadísimo. Así se reencontraron y se casaron. Desde entonces han pasado cincuenta años y la sensacional historia se ha publicado en varios libros y revistas. El próximo mes de febrero Penguin tenía que publicar «El ángel en la alambrada (la verdadera historia de un amor que sobrevivió)», por Herman Rosenblat, con la inolvidable imagen de una etérea paloma blanca columpiándose sobre alambre de espino en la portada. Y Harris Solomon había comprado los derechos para llevar la historia al cine.

Y de repente, la bomba: la historia era inventada de cabo a rabo. No hubo manzanas ni ángeles sobre la alambrada. Es verdad que Herman estuvo de niño en un campo nazi y es verdad que de mayor conoció a Roma en Coney Island y se casó con ella. Todo lo demás es literatura. Y ni siquiera muy buena.

Ya lo decía Susana Margolis, la escritora fantasma (así llaman en Estados Unidos a los «negros» que ayudan a escribir o escriben directamente lo que otro firma) a la que el propio Herman Rosenblat contrató para pasar al papel sus memorias. «A mí ya me pareció muy raro lo que contaba, sobre todo la parte de la cita a ciegas, pero, ¿qué le iba a decir, que mentía?», filosofa ahora la mujer.

Golpe para las víctimas

El golpe ha sido duro para otras víctimas y para los especialistas en el Holocausto que velan como leones para que las evocaciones del mismo sean lo más fidedignas posibles. Velan así por miedo a que una sola inexactitud dé municiones a los que aún niegan que el exterminio judío existió. «No hay necesidad de embellecer ni de exagerar nada», declaraba ayer a «The New York Times» Deborah E. Lipstadt, profesora de la Universidad de Emory. Lipsdtadt hablaba con cierta amargura, y no es para menos: entre historias como ésta y la del estafador Bernard Madoff, la comunidad judía norteamericana últimamente parece que no dé abasto a limpiarse de manzanas podridas.

Por su parte, Rosenblat ha defendido el bulo de «su» manzana con esta explicación: una vez le tirotearon durante un atraco, y mientras se recuperaba en el hospital se le apareció en sueños su madre y le animó a difundir la memoria de su supervivencia del Holocauto. A Herman le embargaron entonces por igual la pasión literaria y la de dar motivos para la esperanza y los buenos sentimientos. «En mis sueños siempre veía a Roma dándome manzanas por encima de la alambrada, aunque en realidad sé que eso no fue así», admite ahora.

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