De los Tres Reyes Magos, el Rey Negro, Baltasar, suele ser el favorito de los niños, que confían en su infinita prodigalidad y capacidad de atender sus
peticiones. Como si el Rey Negro tuviese unos poderes especiales para no desengañar jamás las expectativas puestas en él. Que es lo que a los adultos nos
ocurre con Obama, el otro negro rey mago.
De Obama se espera que nos saque de la crisis en menos de seis meses, aunque a Roosevelt le llevara más de diez años. De él se confía en que tenga una genial
estrategia para arreglar de una vez por todas Afganistán, un país en el que británicos, soviéticos y aliados de la OTAN han fracasado desde hace cien años.
Que saque las tropas de Irak sin provocar más desaguisados. Que cierre Guantánamo sin que, en el trámite, se le escape ningún terrorista. Que haga recapacitar
a los iraníes. Y claro, que aplique su capacidad milagrera a un conflicto entre israelíes y palestinos sin solución desde los tiempos de Moisés. Al menos
una cosa habrá aprendido de la crisis de Gaza: que la fuerza bruta no resuelve nada, y que en este caso particular sólo ha servido para envenenar los odios
entre vecinos. Que a lo más que podría aspirar es a reanudar las conversaciones de nunca acabar a ver si se enfrían entre tanto los rencores. Ahora se
asegura que Gaza es su primera prueba de fuego. Pero lo mismo se dijo tras los ataques de Bombay, cuando parecía que su inaplazable misión era resolver
el conflicto indo-paquistaní. En todos los más desdichados rincones del orbe confían en que venga Obama a sacarlos del olvido con que se pudren en su miseria.
A esta carta mundial a los Reyes Magos ni el Monarca Baltasar, el de verdad, podría darle cumplimiento. Obama es una persona viajada y mundializada. Pero
todo indica que, tras las desventuras en Irak y otras fracasadas incursiones, la Administración norteamericana vivirá una etapa de bastante menos ambición
exterior que la de Bush. Muchos de quienes han votado a Obama esperan que este centre sus energías en mejorar su casa y se olvide de viejos sueños de grandeza.
Una ineluctable decepción mundial que no tardará en llegar.
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