Zapatero and the Example of Obama

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Zapatero y el ejemplo de Obama

EL futuro presidente de Estados Unidos sabe que se la juega con la economía. Podía haber sesteado un poco en su popularidad y confiado en algún golpe de efecto político para prolongar la luna de miel

EL futuro presidente de Estados Unidos sabe que se la juega con la economía. Podía haber sesteado un poco en su popularidad y confiado en algún golpe de efecto político para prolongar la luna de miel con el electorado; podía haber premiado a sus seguidores más radicales con medidas populistas más cosméticas que reales; podía haberse recreado en el hecho histórico de ser el primer presidente negro y definido una posición beligerante en la extensión de los derechos civiles. Pero ha preferido enfrentarse a la dura realidad antes que inventarse otra más acorde con sus intereses. Y la realidad es que Estados Unidos ha registrado en diciembre la tasa de paro más alta en quince años, el 7,2 por ciento, habiendo creado más de dos millones y medio de parados en 2008. Esa es la principal preocupación de los americanos y a ella se ha dedicado incluso antes de tomar posesión. Obama ha dado detalles de su programa de reactivación económica y ha anunciado un plan de 800.000 millones de dólares que contempla medidas de estímulo a la inversión privada en sectores de futuro -energías renovables e infraestructuras de comunicaciones- y rebajas de impuestos por 300.000 millones. Un ambicioso plan de estímulo fiscal que aspira a crear entre tres y cuatro millones de empleos en dos años (el 90 por ciento en el sector privado).

Qué contraste con nuestro país, donde la tasa de paro es prácticamente el doble de la americana y donde el gobierno de Zapatero sigue la táctica del calamar, creando problemas artificiales e improvisando una agenda radical para desviar la atención de su absoluta incapacidad para enfrentarse con la crisis económica. Y cuando entra a legislar en materia económica, solo se le ocurre crear empleo público en las administraciones periféricas o fomentar el clientelismo, porque carece del coraje político para impulsar reformas impopulares pero necesarias. Obama ha anunciado medidas extraordinarias para una situación extraordinaria. Su programa tiene esa inmensa virtud. Y los problemas derivados de una expansión fiscal sin precedentes que se suma al déficit de 1,2 billones que se registrará este año fiscal. En conjunto, más del 15 por ciento del PIB americano, un impulso fiscal que no tiene precedentes, ni siquiera en los tiempos del New Deal de Roosevelt y eso que entonces el tamaño del sector público y la presión fiscal apenas eran la cuarta parte de lo que son hoy. Ni en esta situación calificada de emergencia se permite gobernar por decreto ni saltarse al Congreso, donde su programa ya ha empezado a ser cuestionado y analizado hasta el más mínimo detalle por senadores y congresistas que deben su puesto al electorado y no a la maquinaria del partido ni a la popularidad del presidente electo. Esa es la grandeza de la democracia americana.

El plan de empleo de Obama es ambicioso y probablemente no producirá todos los efectos deseados. Su financiación es una incógnita y pesará como una losa sobre la cotización del dólar en los próximos años, a la vez que actuará de inmensa aspiradora de flujos internacionales de capital. Impedirá, a pesar de los buenos propósitos, gastos adicionales en algunas reformas pendientes como la de la Seguridad Social. Para su realización se ha contado con los mejores economistas norteamericanos, incluso con los procedentes del bando republicano. Tiene un indudable sabor keynesiano, pero no cae en errores de principiante, ni en el sesgo ideológico de considerar que las leyes económicas son una esclavitud de la derecha. Confía en el sector privado y le provee de los estímulos necesarios para que se movilice en la consecución de los objetivos deseados. Utiliza el sistema de precios y tarifas públicos para incentivar la inversión en energías no contaminantes, sin excluir la nuclear, y disminuir la dependencia del petróleo. Encarga al sector privado la provisión de infraestructura de comunicaciones en un país donde la última gran ola de inversión pública es de hace más de cincuenta años. Fiel a sí mismo, Obama ha optado por el mejor keynesianismo, esa es su principal característica, incluso cuando intenta reducir su impacto proteccionista. Solo el tiempo dirá si funciona o conduce al país a un endeudamiento sin precedentes y precipita su decadencia. Pero no cabe ninguna duda de que ha dejado claras sus prioridades y las ha hecho coincidir con las necesidades objetivas del país.

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