Obama: Between Biology and Destiny

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Entre la biología y el destino duermen los sueños que la ambición despierta. Pero el nuevo presidente de los Estados Unidos de América es mucho más que eso. Hijo de una nación tan todopoderosa, etnocéntrica, inmadura y errática, en la que se prefiere el espectáculo a la Historia, invento griego para contar la vida, Obama es el producto más refinado del ideal americano. Barack Hussein, con cuyo nombre, piel e historial familiar jamás nadie pensó pudiera llegar dónde llegó, es la salida y resultado que ha encontrado esa sociedad para darse y ofrecer un respiro ante la profunda crisis económica y ética que atraviesa y con la que contamina al resto del mundo. No sólo es pues mercancía política, producto de una contienda electoral, sino salvavidas colectivo ante la insondable polaridad cultural y étnica a veces enmascarada en el estribillo recurrente de la supuesta existencia de una sociedad inclusiva y multicultural.

Observando las obras del gran pintor neoyorquino, Edward Hopper, (1882-1967), la realidad social estadounidense es reflejada allí de manera arquetípica. Traza la vida norteamericana como tensión entre naturaleza y cultura, permanencia y coyuntura, tiempo y distancia, propio y extraño, que no prójimo sino próximo simplemente..

Pero este acercamiento intelectual quedaría inconcluso si no agregamos la voluntad sostenida por la minoría afrodescendiente para lograr lo que ha conseguido. No olvidemos que de los 300 millones de habitantes que registra el censo de 2006, el 74.4 por ciento (224 millones) son blancos, y el 12.1 por cierto (36 millones) son afroamericanos, lo que quiere decir, que no solamente los negros votaron por el candidato demócrata.

Sangre, sudor, lágrimas, destrezas, capacidades, productividad, elegancia y ritmo, han demostrado estos descendientes de esclavos para ocupar su puesto en una sociedad que los relegó y lanzó a las manos del Ku Klux Klan o de la CIA o de la represión y la desaparición física y psicológica, creando una sociedad de minusválidos raciales, que hace tiempo ya comenzó a desalambrar la tupida red de la incomprensión y de los prejuicios. Y por qué no decirlo, la sociedad blanca también se ha vuelto, en apariencia, más porosa y elástica. Los hippies, por ejemplo, con aquello de “paz y amor” crearon una ilusión que hoy sale por los poros a la luz. Los gobiernos de Kennedy, Carter y Clinton por su parte dieron pasos hacia la apertura, y si Lavoisier tenía razón cuando decía que nada se pierde sino que se transforma, habría que darle crédito también a estas decisiones tomadas por el poder y la sociedad blanca.

Nunca imaginó Aretha Franklin, “Reina del Soul”, nacida ni más ni menos que en Memphis, Tennessee, que cantaría en la ceremonia de juramentación de un Presidente de los Estados Unidos de América con el que compartiría, entre otras cosas, el color de la piel. Con orgullo, dignidad y vocación democrática, el público, no sé si pudiéramos decir que el pueblo, la escuchó en acto multitudinario en el que George W. Bush se despidió. Amén.

Ahora Obama ya no es blanco o negro. Es el presidente de la nación más poderosa y frágil del planeta y representa una esperanza para los suyos y para el resto de los países de la tierra, que somos todos. Hagamos votos para que su mandato sea de paz, comprensión y rescate de la deteriorada imagen internacional de su país que tanto ha dado de almorzar a la izquierda y al terrorismo internacional. Que sea sembradío de principios democráticos por los que aquí, en Venezuela, también peleamos con tesón ahora que tanta falta hace.

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