Obama’s First Days

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Barack Obama es la persona más famosa del mundo. La idea se le ocurrió a Dee Dee Myers, quien fue la primera mujer en ejercer como portavoz presidencial durante la época de Bill Clinton. Y tiene razón. No hay nadie más conocido que Obama en el planeta. Ni siquiera el Papa o Madonna.

Sólo así se explica que un millón 800 mil personas hayan venido a Washington a su toma de posesión con temperaturas por debajo del punto de congelación. Mi botella de agua quedó congelada a la segunda hora a la intemperie.

¿Obama genera fanatismo? Quizás un poco. Ya tiene nombre: Obamamanía. Pero la verdad es que no todos los días un afroamericano de 47 años llega a la Casa Blanca.

Barack Obama nos recordó en su discurso inaugural que hace sólo 60 años su padre, nacido en Kenya, no hubiera podido entrar a varios restaurantes de esta ciudad. Sin embargo, lo que más me sorprendió del discurso de Obama es que nunca se presentó como un afroamericano.

Él quiere que otras cosas lo definan: sus ideas, su inteligencia, su creatividad y perseverancia… pero no su color de piel.

Empezamos bien. Ésta es una época post-racial en la que todos, como Obama, somos mezcla. Él es africano por su padre, asiático por haber crecido en Indonesia y anglosajón por su madre blanca de Kansas. O sea, afroasiamericano.

Nadie es puro. Somos, como dijo un comentarista del canal Msnbc, una especie de comercial de Benetton. Obama ha hecho cool el mestizaje. Obama me recuerda el libro La Raza Cósmica (1925) en que José Vasconcelos dice: “El fin ulterior de la historia es lograr la fusión de los pueblos y las culturas”.

Obama es, también, el primer estadounidense que gana la presidencia con la ayuda de la internet -más de dos millones de usuarios de la web contribuyeron a su campaña política- y es también el primer mandatario norteamericano que textea, chatea y envía emails.

Obama, como a casi todos los miembros de su generación, le gusta romper los esquemas y le ganó la primera pelea a los agentes del Servicio Secreto y a sus abogados.

Yendo en contra de sus recomendaciones, se quedó con su teléfono celular. Es un Blackberry que le permitirá mantenerse conectado con su familia, con un reducido grupo de amigos y con algunos de sus principales colaboradores.

Este pequeño detalle es un enorme triunfo. El principal problema de la Casa Blanca es que aísla a sus ocupantes de la realidad.

Bill Clinton creía que podía tener sexo oral con una interna sin que nadie se enterara. Se equivocó.

George W. Bush creía que podía empezar una guerra sin razones válidas. Se equivocó también. Esperemos que su Blackberry, su familia y sus amigos mantengan a Obama con los pies en la tierra.

Por lo pronto, ha cumplido varias de sus promesas de campaña en los primeros días de su presidencia.

Prohibió la tortura a prisioneros de Estados Unidos. No más Abu Ghraib. También ordenó el cierre de la cárcel de esa base naval en Cuba. No más Guantánamos.

Quiere más transparencia en todo lo que haga el gobierno. Nada escondido. Todo en la internet. Y ya permitió la experimentación con células madres para los que sufren de parálisis. Es decir, Obama le empezó a poner pies a la esperanza.

La gente está contenta con él. El 53 por ciento de los norteamericanos se siente más optimista por la toma de posesión de Obama, según una encuesta de AP. Y el 67 por ciento de los encuestados por la BBC en 17 países cree que Obama va a mejorar las relaciones de Estados Unidos con el resto del mundo. Nada mal para alguien que sólo pasó 4 años en el Senado.

El contraste de Obama con Bush es enorme. Al dejar su presidencia, sólo 22 de cada 100 norteamericanos creían que Bush había hecho bien su trabajo, según un sondeo de la cadena CBS.

Una de las cosas que más me impresionó tras la toma de posesión fue el momento en que Bush se despidió y se subió al helicóptero junto al Capitolio. A pesar del monstruoso ruido del helicóptero al despegar, el abucheo de la multitud a Bush fue tal que ahogó el sonido de las hélices y los motores. Nadie me lo contó. Yo lo oí.

Pero Bush no lo oyó. Cuando llegó a Texas pronunció un discurso en el que dijo que al verse al espejo esa noche no tendría nada de que arrepentirse.

Y mientras Bush busca qué hacer frente al espejo en su rancho, Obama está tratando de sacar al país de las ruinas que dejó su predecesor.

Barack Obama, en sus primeros días en la presidencia, es un hombre con prisa. Y ha mostrado una absoluta seguridad en sus primeras decisiones. Está liderando y me sorprende que nada lo perturba.

Pero el asunto no es que Obama tome decisiones con rapidez y seguridad sino que tome las decisiones correctas. En esta época de crisis económica no nos podemos dar el lujo de otro presidente que se equivoque garrafalmente en las cosas esenciales.

Sí, Barack Obama puede ser la persona más famosa del mundo. Pero también tiene el trabajo más difícil del mundo.

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