El presidente de Estados Unidos, señor Barak Obama, se ha puesto en movimiento y, en menos de un mes, obtuvo la aprobación del paquete de ayuda destinada a levantar la economía y sacarla de su postración.
Por supuesto, el haber recibido el respaldo de las dos cámaras del Congreso –el senado y la casa de representantes- en manera alguna significa que la recesión ha de concluir en el corto plazo o de que tanto las finanzas como la producción y los servicios se multiplicarán en cuestión de meses.
Aún si todo saliese bien, y si de manera gradual la crisis fuere cediendo, habrán de transcurrir no menos de dos a tres años antes que la economía más grande del mundo comience a respirar y a expandirse de manera lenta y progresiva.
En una primera etapa, muy por el contrario, ha aumentado el desempleo y ha sucedido algo poco menos que insólito: los inmigrantes ilegales han comenzado a salir masivamente de EE UU, privando a Tío Sam de mano de obra efectiva y entrenada, que opera a bajo costo y por ende, aumenta la productividad de la economía.
Esto último no es una invención. Ha sido publicado por “The Wall Street Journal” y explicado en detalle por el Centro Pew de información económica, que se especializa en datos de la economía latina y es ampliamente reconocido por su objetividad.
Millares de hispanoamericanos están emigrando a México y a Centroamérica, a la espera de un regreso en un futuro incierto.
Eso obliga a la economía, ya de por sí golpeada, a competir con Japón, Europa o China con costos laborales más altos, lo que vuelve más difícil la situación.
Entre tanto, la libra esterlina y el euro han perdido valor (lo cual es bueno temporalmente para las exportaciones de esos países, pero dañino en el largo plazo) y los mercados extranjeros se están movilizando en procura del dólar, que sigue generando confianza.
Eso da una idea: no obstante los problemas actuales, Obama tiene grandes posibilidades de salir adelante, e iniciar una nueva era como la que surgió al término de la Gran Depresión.
Mientras tanto ¿qué hacemos localmente en un país en el cual todo parece indicar que a muy pocos funcionarios y líderes les importa lo que sucede?
Los políticos actúan como si no pasara nada. En los últimos días, han revivido el cadáver del así llamado Plan de País, en el que nadie cree, muchos menos sus autores.
Parece que hay quienes piensan que, con un libraco redactado por técnicos de la era de la planificación, que recibían generosos salarios en una dependencia que el presidente Suazo llamaba “la Isla de la Fantasía”, superaremos la gravedad de nuestra crisis, que es una mezcla de inseguridad, violencia, irrespeto a la ley, carencia de inversiones y demagogia política?
Obama es un hombre pragmático y ha puesto acción a las palabras. Nosotros nos limitamos a hablar, hablar y hablar.
Si cambiáramos ese modelo, y nos pusiéramos a trabajar y, sobre todo, a erradicar la corrupción, todo cambiaría.
Lo que resulta obligado es preguntar: ¿quieren los altos funcionarios que esto cambie o su interés es otro?
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