Wednesday: Dinner at the White House

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Todo aquel que tiene un nombre en Washington ha dado estrictas órdenes a sus asistentes o secretarios de que le “limpien” la agenda de actos y compromisos los miércoles por la noche. No sea que llamen los Obama…

Cincuenta días en Washington y Michelle y Barack Obama ya han establecido una costumbre: los miércoles es noche de fiesta en la Casa Blanca. “Esta casa es muy grande y a veces nos sentimos solos”, bromeó el presidente cuando se le preguntó sobre los eventos que se están llevando a cabo en la residencia presidencial. “Es duro para mí manejarme allí afuera, por lo que he decidido traer el mundo hasta mí”.

Así, bajo la atenta mirada de los retratos de George y Martha Washington, las blancas columnas del hogar más emblemático de EE UU retumbaron al son de Signed, sealed, deliver, I’m yours, de Steve Wonder, cuando se le dio una fiesta al cantante tras concederle el premio Gershwin. La canción fue además tema de campaña de Obama. La fiesta, por supuesto, se hizo en miércoles.

Otro miércoles, una semana antes, con la excusa de la celebración del mes de la historia afroamericana, el grupo Sweet Honey in the Rock hizo vibrar con sus canciones a capella a cerca de 200 escolares llegados de todos los lugares de la ciudad.

Washington es la ciudad de moda y los miércoles, la jornada más cool del calendario. En ese día, en el que el lunes ya es un deprimente recuerdo y el viernes una cercana promesa, se organizó la tradicional cena para los 50 gobernadores de la nación que reunió a un total de 130 comensales. En el menú, no faltaron vinos de California, Michigan y Oregón. Hubo pasta rellena de cangrejo y alcachofas, ternera y vieiras, zanahorias y espinacas, además de una ensalada de cítricos con pistachos. Pero lo mejor llegó a los postres. Tras el pastel de arándanos con helado de caramelo, cuando Obama y la prensa ya se habían retirado, los señores políticos se lanzaron a bailar la conga -trene-cito incluido-. “Gracias por haber esperado a que me marchara para hacer la conga”, agradeció el presidente a los gobernadores al día siguiente. “He oído que fue todo un espectáculo”.

“Alguien como yo, un pobre chico de campo, se siente muy a gusto en su presencia”, dijo el congresista Mike Honda, tras asistir a un acto con motivo de los diferentes caucuses que forman el Congreso. “Sentí que iba al baile de graduación y no a un estirado evento en la Casa Blanca”, insistió Honda. “Obama es muy cercano, muy pegado al mundo real”.

Tanto que no fueron pocos los que se sorprendieron cuando durante la merienda ofrecida en la Casa Blanca para ver el partido de la Superbowl (aquí falla la regla, la agenda la impuso el fútbol y fue domingo) el mismo Obama se levantó y ofreció galletas -de avena con pasas- a los invitados. Y mostró el camino al baño a un niño de 12 años con urgentes necesidades fisiológicas.

“Nosotros sólo somos inquilinos temporales”, declaró el presidente. “Este lugar pertenece al pueblo americano y queremos asegurarnos de que todo el mundo entiende que nuestras puertas están abiertas”. Cincuenta días en la Casa Blanca y ya son sólo un recuerdo gris y lejano aquellas noches en las que George W. Bush apagaba la lámpara de su mesilla a las ocho de la noche. Fuera lunes, martes, miércoles, jueves o viernes. Los fines de semana las nueve eran ya todo un exceso.

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