Acting with Dignity

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Actuar con dignidad

Leonel Cota Montaño

25-Mar-2009

Vale cuestionar por qué, si unas bandas operan acá para introducir la droga en suelo gringo y otras allá para distribuirlas, en EU no se ha declarado la correspondiente guerra al narcotráfico.

Ante la crisis en la relación bilateral con el hoy incómodo socio del sur de la frontera, la secretaria de Estado de EU está a punto de iniciar la primera de una serie de visitas de alto nivel que culminarán con la presencia en México, a mediados del mes próximo, del presidente Barack Obama.

A nadie escapa que esto sucederá como consecuencia del agrio intercambio de acusaciones y reproches entre funcionarios gubernamentales de los dos países, coronado por la represalia comercial en reacción al bloqueo a los autotransportes mexicanos.

La agenda incluirá por necesidad el TLCAN y la propuesta de renegociarlo parcialmente, así como el narcotráfico, la seguridad fronteriza y los mermados recursos de la Iniciativa Mérida.

Por lo que se refiere al tratado comercial, nunca será demasiado insistir en que debe aprovecharse la oportunidad para hacer una revisión integral del compromiso trilateral y no sólo de los capítulos que al vecino le interesan. Esto, con el propósito de poner fin a desventajas injustas como las que enfrentan los exportadores mexicanos, eliminar obstáculos abusivos como los que padece el transporte de carga y promover con fuerza (incluso estableciendo medidas enérgicas contra los cientos de miles de ciudadanos estadunidenses que trabajan ilegalmente en nuestro país, tolerados por el gobierno) un acuerdo sobre trabajadores migratorios.

Respecto al desafío que plantea la narcoviolencia, los mexicanos se merecen un trato mejor que el que significa la “ayuda” extranjera en materia de seguridad. Porque es verdad, por una parte, que los dos gobiernos deben ser corresponsables de un problema común en ambos lados de la frontera; también es cierto que la demanda en el mercado del norte determina el gran negocio de las drogas y que el trasiego de armas a México no parará mientras allá sea legal la venta en gran escala al narco. Es igualmente verdad que en Estados Unidos hay, como aquí, una gran corrupción de las autoridades encargadas de combatir al crimen.

Pero vale cuestionar por qué, si unas bandas operan acá para introducir la droga en suelo gringo y otras allá para distribuirlas, en Estados Unidos no se ha declarado la correspondiente guerra al narcotráfico. Preguntar por qué las medidas que se imponen al traspatio son inaceptables en la casa propia.

La Iniciativa Mérida coloca al gobierno de Washington como el proveedor de ayuda militar, logística y de inteligencia para que sea en otro país donde se combata en las calles, a sangre y fuego, sin detenerse en minucias como los derechos humanos de la población civil, mientras la administración de Obama fortalece los esfuerzos de su sistema de salud en la atención a los millones de adictos que pueblan sus ciudades. Para ellos, programas sociales dirigidos a atacar un problema de salud pública; para los mexicanos, el estado de sitio.

Entonces, la corresponsabilidad y la cooperación deberían implicar mucho más que la entrega de dólares y elogios condicionados al gobierno mexicano a cambio de la subordinación de éste. Pero la debilidad de origen es un condicionante insuperable para el calderonismo. Por ello se ha doblegado una y otra vez ante las presiones de Washington, igual que claudicó ante Nicolas Sarkozy y el poder financiero en el caso Banamex.

En estos dos últimos asuntos, si algo puede impedir que se entregue a la delincuente francesa y se viole flagrantemente la Ley de Instituciones de Crédito, es el cálculo electoral y una fuerte presión interna en sentido contrario a la intención calderonista, como la que ejerce un aliado clave que, movido por un desencuentro estrictamente coyuntural, le exige al huésped de Los Pinos fajarse los pantalones para tomar decisiones.

Al margen de que la presión interna prevalezca o no, es deseable que Felipe Calderón haya registrado la conveniencia, para el país, de actuar con dignidad y firmeza frente a la prepotencia del vecino, inmune a los argumentos pero sensible a las medidas de fuerza, por relativas que sean.

Sin embargo, el historial del calderonato no deja espacio al optimismo y, de cara a la inminente presencia de Hillary Clinton y de Obama, cunde la desconfianza fundada en un gobierno que ha dado muestras sobradas de ineptitud y entreguismo.

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