Zanjar el reciente viaje de Obama como la primera visita a Europa del nuevo presidente norteamericano sería hacerle un flaco favor a la verdad. Ha sido una mezcla de procesión, desfile y gira musical. El fervor con que algunos lo miraban y no me refiero sólo a Kirchner o a Zapatero, parece más propio de devotos de San Martín de Porres que de dirigentes políticos de naciones soberanas y en problemas.
La planificación mediática ha sido perfecta. Hubo té con la Reina, posado de Carla y Michelle, fotos callejeras en Praga y hasta cóctel en Estambul. Fue en estas dos ciudades donde se dijeron las cosas que me han desazonado. Obama vino decidido a dejar patente que es la antítesis de Bush. Su conciliadora llamada a un planeta libre de armas nucleares sonó preciosa, pero tiene el mismo valor práctico que invocar un mundo libre de guerra.
Si cree que va a frenar a los perversos con sonrisas y buen ejemplo, como intentó el patoso Carter, vamos listos. Pese a su carácter terrorífico y a que miembros selectos de la Alianza de Civilizaciones siguen empeñados en incorporarlas a su arsenal, no son las bombas nucleares la principal amenaza. Las químicas o las biológicas -baratas y fáciles de producir- son en este momento más preocupantes, sobre todo con los tarados de Al Qaida envalentonados.
Coincidirán conmigo en que rasca un poco su insistencia -compartida con Zapatero- en que Turquía se incorpore a la UE. Si nos planteamos Europa como un mercado, el asunto tiene un pase, pero que si la concebimos como comunidad de valores, principios y libertades, ya no está tan claro. Y no es cuestión sólo de velos. Alguien debería haber recordado a Obama que Erdogan, antes de ser primer ministro, soltaba en sus discursos aquello tan estremecedor de «los minaretes de las mezquitas son nuestras bayonetas».
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