En el gobierno anterior, Vicente Fox abordó el primer encuentro con el ahora ex presidente George W. Bush con un enfoque ultra optimista basado en la imagen mercadotécnica de los dos rancheros amigos. Fue cuando el canciller Jorge G. Castañeda se jactó de tener en el bolsillo el mejor acuerdo migratorio jamás concebido, la famosa enchilada completa; cuando, para congraciarse con los neoconservadores de Washington, los panistas llevaron la histórica relación de equilibrio de México con Cuba al borde de la ruptura, entre otros estropicios diplomáticos.
El espejismo de los “amigos rancheros” se esfumó casi de inmediato, y no sólo porque a los planes foxistas se les atravesó el 11 de septiembre en 2001. México siguió siendo, para la administración Bush, el mismo patio trasero de siempre.
Ahora, a pesar del viraje cualitativo que representa el nuevo habitante de la Casa Blanca, Felipe Calderón se ve obligado a enfrentar su relación con Barack Obama desde una perspectiva mucho más modesta. Como lo expresa uno de sus colaboradores: “No están los tiempos para hablar de enchiladas ni nada por el estilo”. La representación de la buena vecina, desplegada aquí hace apenas tres semanas por la secretaria de Estado, Hillary Clinton, debe ser interpretada con cautela y realismo. Una relación de iguales entre México y la superpotencia es aún un objetivo de pronóstico reservado.
El programa de 21 horas del presidente Obama en la ciudad de México ha sido enmarcado dentro de la definición “reunión de trabajo”. El popular mandatario llega con un equipo compacto de 12 colaboradores. La secretaria de Estado, Clinton, no viene; ella viaja directamente a Puerto España a afinar detalles de la Cumbre de las Américas. Y en consonancia, Los Pinos tuvo que reducir la comitiva que tendrá contacto directo con el grupo visitante a 15 funcionarios del entorno cercano a Calderón. Aquí no habrá, como hubo en Gran Bretaña, Bélgica y Turquía, los destinos de su reciente gira europea, actos protocolarios ni visitas parlamentarias ni ceremonias paralelas. Mucho menos un acto de masas como el que protagonizó Obama en Berlín durante su campaña presidencial.
Tampoco se espera que el encuentro de Obama con Calderón adquiera la misma relevancia internacional que tuvo hace un mes la reunión con el presidente de Brasil, Luiz Inacio Lula da Silva, en la Oficina Oval. Lo que destacaron los observadores en esa ocasión, 12 de marzo en Washington, fue el acercamiento de un presidente de Estados Unidos con un mandatario que claramente ejerce un liderazgo hemisférico. No se habló únicamente de las afinidades entre los dos personajes –primer obrero en la presidencia de Brasilia; primer negro en el poder en Estados Unidos–, sino del significado de fondo: la voluntad de Obama de abrir un nuevo capítulo de entendimiento con Latinoamérica. Para ello, eligió a Lula como mensajero e interlocutor.
Lula, que hace ya tiempo asumió el liderazgo de la región, desplazando a México en el papel que este país había representado décadas atrás, llegó pisando fuerte. Aconsejó a Obama, en primer término, ensayar un nuevo tipo de acercamiento con Cuba, Venezuela y Bolivia, los tres gobiernos que habían sido convertidos en villanos favoritos durante la era Bush. También le demandó un acotamiento a las prácticas proteccionistas de Estados Unidos en el terreno comercial. Y de cara a la cumbre del Grupo de los 20, que estaba por realizarse, recomendó que las naciones ricas intentaran reparar la grave pérdida de credibilidad del sistema financiero internacional.
¿Es realista imaginar un tono así en boca de Felipe Calderón, este jueves? No lo parece.
De lo que hoy se habla en Los Pinos y en la cancillería es de una agenda de cinco ejes en los que predomina el nuevo leit motiv de la “responsabilidad compartida”. En una relación asimétrica, como la de México y Estados Unidos, esto significa, sobre todo, el costo que México debe pagar por contar con una imagen de buena vecindad.
Es inevitable que el tema del control del tráfico de drogas y la violencia figure en primer lugar de la lista. En esta materia el terreno ha sido cuidadosamente preparado durante la visita de Hillary Clinton, primero, y de la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, y el procurador Eric Holder, días más tarde.
Los demás temas, algunos prioritarios para México, quedan de alguna manera atados al anterior. Los asuntos bilaterales de la migración, el saneamiento de la frontera norte, la seguridad en la frontera sur y la cooperación en el desarrollo de energías limpias y cambio climático, avanzarán mucho o poco en función de la viabilidad del primer punto. Fuera de agenda, lamentablemente, quedaron los temas regionales y multilaterales.
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