El bloqueo o embargo por parte de Estados Unidos a Cuba debe ser levantado. Primero, porque es ilegítimo: atenta contra el libre comercio que es un derecho de los individuos y pueblos. Segundo, porque contradice la doctrina de los padres fundadores, Jefferson y Adams, entre otros, que sostuvieron que Estados Unidos jamás tratará de imponer su democracia por la fuerza a otras naciones. Y tercero, porque es ineficaz; si alguna política no ha conseguido su objetivo en 45 años, ¿no es más sabio reemplazarla con algo que funcione en el mediano plazo? Así debe pensar alguien que sostiene ideas liberales. Pero lo curioso es que los nacionalistas socialistas del siglo XXI, los guevaristas y toda la izquierda continental, también están en contra del bloqueo, a pesar de que más bien ayuda a Cuba a mantener políticas que ellos propugnan ardorosamente en sus países.
Si leen miles de documentos de las organizaciones de izquierda, verán que sostienen que siempre las utilidades que los inversionistas extranjeros sacan del Tercer Mundo superan con creces lo invertido, por lo que este tipo de negocios resulta desventajoso para el país receptor. Siguiendo esta lógica, Estados Unidos al prohibir la inversión de sus empresas en Cuba le estaría haciendo un favor, pues la libra de esa exacción. Pero ocurre que los mismos, exactamente los mismos, que aplauden en sus países todas las medidas legales o políticas que hostilizan a los inversionistas extranjeros, se rasgan las vestiduras porque el bloqueo prohíbe a los norteamericanos invertir en la isla.
Por otra parte, Castro personalmente ha escrito libros que demuestran que el intercambio entre los países del Primer Mundo y los menos desarrollados es necesariamente desigual e injusto. Y esta sería una tendencia creciente.
Según el dictador, los productos industriales, que venden los países ricos, son cada día más caros comparados con las materias primas que ofrece el Tercer Mundo. Entonces, al impedir el comercio entre el gigante abusivo y la pequeña Cuba, el bloqueo contribuye a evitar ese trato tan poco conveniente.
Después, pregunte a cualquier militante de izquierda, ¿cómo era Cuba antes de la Revolución? “Ah, le responderá, era el cabaré de los gringos”. Así, sin matices, se despachan la floreciente industria turística prerrevolucionaria.
Entonces, si Estados Unidos prohíbe a sus nacionales visitar la isla, contribuye a erradicar de allí la prostitución que hacían prosperar en los años prerrevolucionarios. Pero no, ellos no lo ven así.
El bloqueo ha sido el gran pretexto de la dictadura castrista para tapar sus desatinos. El caso de la ganadería es patente. Antes de la Revolución, Cuba era el cuarto país del mundo en el número de cabezas de ganado por habitante. Fidel decidió que era mejor plantar algodón y arrasó grandes áreas de pastizales. Fracaso total, se intentó volver a la ganadería, sin que se haya conseguido producir el 30 por ciento de lo que se lograba antes de 1959. Y así se pueden describir decenas de sandeces semejantes, que harán que, acabado el embargo, la economía cubana tampoco se mueva positivamente, a menos que se oriente hacia el mercado y la iniciativa individual.
with communism man exploits man with captialism it is the other way around.