Edited by Robin Silberman
La Cumbre de las Américas que sesionó en Trinidad y Tobago estuvo dominada por la presencia y la capacidad retórica del presidente Barack Obama. Pese a los antecedentes de gran parte de los mandatarios continentales y a la reunión previa de los gobernantes de Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua en la que se acordó convertir el tema de la isla en el foco del encuentro, la verdad es que la brillantez y el carisma de Obama dominaron ampliamente el auditorio y el interés de los medios de comunicación.
Y en realidad poco cambió en relación con las expectativas que su postura generó desde la campaña electoral que lo llevó a la Presidencia de los Estados Unidos. La cercanía a México y a Brasil, el uno por su vecindad y el otro por su poder económico en América del Sur, quedó refrendada. Lo mismo que el fortalecimiento de los acuerdos para combatir el narcotráfico y la voluntad para impulsar el desarrollo de fuentes de energía renovable.
No hubo grandes ofrecimientos de ayuda para el progreso, como en las épocas de Jhon F. Kennedy, ni tampoco se habló nada de la responsabilidad de EE.UU. en el desencadenamiento de la crisis global que tanto ha comenzado a afectar a las Américas, en especial a su porción más pobre. Tampoco hubo, claro está, la indiferencia por los problemas hemisféricos de la administración Bush, para la que todo se redujo a la “lucha contra el terrorismo”.
Tal vez lo único nuevo fue la actitud de Obama hacia Colombia y Venezuela. Con la primera se desbloqueó la relación, que parecía signada por la postura de desconfianza hacia el Gobierno Nacional, por su comportamiento en asuntos como la defensa de los derechos humanos y el trato a los sindicalistas. Algo se debió aclarar en los encuentros ocasionales entre el Mandatario norteamericano y Uribe, pues aquel se comprometió a “reexaminar” el TLC, invitó a su homólogo colombiano a su país, aceptó considerar una visita suya a Colombia e incluso avaló nuestro interés por ser sede de la próxima Cumbre de las Américas.
Lo mismo sucedió con el trato a Venezuela, que parecía destinado a recorrer el camino de la confrontación verbal, pero que se transformó en una relación cordial y amigable, con regalo incluido y con la decisión del presidente Chávez de nombrar de nuevo embajador en Estados Unidos para disgusto de Evo Morales, que ha preferido mantener una pugna permanente con el Gobierno de ese país.
Más allá de esto muy poco hay por decir, fuera de que el centro de la reunión lo copó Obama y no Cuba, como se pretendía. Y con respecto a la isla, el Presidente norteamericano no dijo nada que no se le conociera desde sus épocas de senador. De hecho, había tomado medidas previas, eliminando las restricciones a los cubanoamericanos, que permiten pensar en unas relaciones distintas con el mandato caribeño.
“Olvidemos el pasado y construyamos juntos el futuro” fue la frase central del mensaje de Obama que despierta esperanzas, pero que contiene pocas seguridades. Escamotea responsabilidades estadounidenses y no ofrece nada concreto. Habrá que esperar.
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