Luego de tres días de actividades, la quinta Cumbre de las Américas realizada en Puerto España, capital de Trinidad y Tobago, concluyó ayer con señales de acercamiento y de distensión entre Estados Unidos y algunos de los gobiernos latinoamericanos más críticos de Washington, así como con perspectivas de una nueva etapa en la historia de las relaciones continentales.
Por principio de cuentas, es importante destacar que en el cónclave celebrado en estos días en la nación caribeña se introdujeron elementos novedosos en la agenda de la política de Estados Unidos hacia América Latina y se percibió una nueva proyección de ese país en tanto potencia hemisférica y mundial. Privilegió un discurso con acentos de multilateralismo y de respeto al conjunto de las naciones americanas, que en sí mismo es alentador y positivo por cuanto se despega de la tradicional arrogancia imperial de la Casa Blanca y del espíritu arbitrario con que se condujo el gobierno de George W. Bush, actitudes que dejaron como saldo un deterioro profundo en las relaciones diplomáticas de Washington con un buen número de países latinoamericanos.
Cierto, el espíritu de acercamiento que privó en el cónclave de gobernantes americanos no pudo traducirse en unanimidad con respecto a la declaración final de la reunión. Como señaló el primer ministro anfitrión, Patrick Manning, encargado de signar el texto en representación de los jefes de Estado participantes: “El documento que emerge es un compromiso que recibe la aprobación de unos y no de otros. Al adoptarlo reconocemos que no fue unánime”. Esto último, sin embargo, lejos de ser un signo de ruptura o de confrontación entre los países convocados a la Cumbre, pone en relieve una intención general de privilegiar el diálogo y el consenso –sin que ello signifique soslayar los desacuerdos– que incluso matizó la postura inicial del presidente venezolano Hugo Chávez y de los gobiernos que integran la Alternativa Bolivariana para las Américas (Alba), los cuales habían dicho que vetarían la declaración final.
Sin duda, un elemento fundamental para los avances alcanzados en Puerto España ha sido la nueva actitud exhibida por algunos de los protagonistas, en particular los gobiernos de Estados Unidos y Venezuela. El ánimo de conciliación con el que acudieron a esta cita tanto Barack Obama como Hugo Chávez se tradujo en el anuncio, por parte del segundo, de que se enviará un nuevo embajador venezolano a Washington, puesto vacante desde hace más de seis meses. Por añadidura, la disposición al acercamiento que mostraron los mandatarios estadunidense y venezolano permitió ponderar el peso de las inocultables diferencias político-ideológicas entre la Casa Blanca y el Palacio de Miraflores, y concluir que éstas no constituyen lastres insalvables para el diálogo y el entendimiento entre ambos países, como parecía ser el caso hasta hace unos meses.
Por supuesto, lo ocurrido este fin de semana en la capital trinitense constituye sólo un punto de inicio sobre el cual debe trabajarse. Hasta el momento, no hay certeza de que los apretones de manos y los discursos pronunciados durante los pasados tres días se traducirán efectivamente en la construcción de acuerdos sobre temas principales, como el rumbo de acción que debe tomarse a nivel regional ante la actual crisis económica o el fin a la injusta exclusión de Cuba del denominado sistema interamericano.
El tratamiento de estos asuntos requerirá, a no dudarlo, de un esfuerzo adicional de todos los gobernantes del continente y, en su caso, de una mayor presión de los países latinoamericanos hacia Washington para que rectifique sobre la aplicación de medidas injustas, como las que todavía padece el pueblo cubano.
En suma, la reunión que concluyó ayer resultó, en su balance general, exitosa y esperanzadora, pero habrá que avanzar aún más en aras de la construcción de una América más justa y equitativa, en la que se dé voz a todos los países y se respeten los principios de soberanía y libre determinación de los pueblos.
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