Iran: Obama's Faith

Edited by Robin Silberman

<--

El presidente americano ha basado su apertura hacia Irán en la esperanza de que Ahmadineyad, ultrarradical y enemigo exacerbado de Israel, saldría perdedor de las próximas presidenciales en junio. Siendo amables y dando muestras de buena voluntad, se pensaba en la Casa Blanca, los ayatolás comprenderían que mejor un moderado al frente del país y no un fundamentalista con el que no poder llegar a acuerdos. Obama apostaba por el pragmatismo de los líderes en Teherán.

Pues bien, sus esperanzas parecen desvanecerse. No sólo Irán no ha respondido a las ofertas lanzadas desde Washington, sino que el líder supremo de la revolución, el ayatolá Ali Jamenei, acaba de hacer público su apoyo a Ahmadineyad, justo el candidato que Obama quería ver desaparecer. En el Irán islámico las elecciones son una completa farsa. Pero ahora que Jamenei, la principal fuente de poder en aquel país, se ha decantado por el más radical de los radicales, menos aún cabe esperar de las urnas.

El anuncio de Jamenei llega a menos de una semana de la primera visita oficial del nuevo primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, a la Casa Blanca. Obama no debería seguir condicionando las acciones diplomáticas para acabar con el programa nuclear iraní a los avances en el proceso de paz entre Israel y palestinos. Son problemas distintos, con implicaciones distintas y con soluciones que nada tienen que ver entre sí.

Para mejorar la imagen de América, Obama ha querido mostrar una suerte de equidistancia entre amigos y enemigos. Maltrató en su día a Gordon Brown; indignó a los europeos con su apoyo a la adhesión de Turquía a la UE; le negó a Lula la discusión sobre el libre comercio… Si el próximo lunes logra enfadar a Netanyahu se va a quedar sin amigos y sólo tendrá enemigos. Y éstos, de momento, no parece que le sigan su ingenuo juego.

About this publication