Obama con los musulmanes
El 4 de junio Barack Obama se dirigirá a los musulmanes en un discurso llamado a hacer historia. El presidente de EU tiene el don de encantar a las masas —ahí están esos mítines masivos en campaña electoral— y está dispuesto a sacarle partido desde su condición de líder mundial. Equivaldría al discurso de John F. Kennedy en la cercada Berlín occidental, cuando enardeció a las masas al proclamar que él era un berlinés y que no los iba a dejar a su suerte.
Pues bien, algo parecido quiere proclamar Obama al mundo musulmán: que él también es uno de ellos, porque, a fin de cuentas, su padre era musulmán y su segundo apellido (aunque convenientemente lo silenció en campaña) es Hussein. Obviamente no va a anunciar que se ha convertido al Islam, pero sí que ha venido a decirles que él ha convivido con perfecta normalidad con la religión de Mahoma, que la conoce y respeta y que, además, es occidental. En otras palabras, que Estados Unidos no es el enemigo, o mejor dicho, que al menos bajo su mandato, no va a aplicar una política hostil hacia países islámicos, como fue evidente bajo el mandato de George W. Bush, responsable de la guerra ilegal contra Irak, de las cárceles secretas de la CIA y de Guantánamo, donde se torturaron presos musulmanes y, sobre todo, de la paranoia xenófoba que se instaló en EU contra cualquiera con apariencia árabe.
Obama no se ha equivocado tampoco en la elección del país: Egipto. No es ni de lejos el país con más musulmanes (ahí están Indonesia, Pakistán, Irán o la propia India), pero sí es el más poblado de los de raza árabe y es el corazón sentimental y cultural de una civilización que late con fuerza desde El Cairo (La Victoriosa, la Madre de Todas las Ciudades). El país donde gobierna autoritariamente Hosni Mubarak es además el primero islámico que se atrevió a firmar la paz con Israel y tiene experiencia mediadora en las periódicas crisis israelo-palestinas.
Para Washington, Mubarak es también un valioso aliado porque mantiene a raya la expansión del islamismo radical y persigue con fiereza al terrorismo de Al Qaeda y grupos afines.
Falta por escuchar lo que tiene que decir a los musulmanes, pero sería un craso error que cayera en la retórica de las promesas vanas. No basta con decir soy un amigo, hay que apoyarlo con hechos y, sin duda, el más valorado sería su compromiso de que obligará a Israel a permitir un Estado palestino viable, limpio de asentamientos judíos y con una solución para Jerusalén que sea aceptable, tanto para israelíes como para palestinos. Ha llegado el momento de acercarse al pueblo musulmán para dejar sin justificación a Osama Bin Laden y sus secuaces de que el terrorismo es la única salida.
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