The Controversy Over Torture

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PARECÍA que el debate sobre la tortura iba a consumirse en sí mismo y no ha sido así. Hace una semana, el presidente Obama hablaba en la rotonda de los Archivos Nacionales, en Washington, con cuatro páginas de la Constitución como fondo, la Declaración de Independencia y la Declaración de Derechos. América, dijo, no puede aceptar la tortura. América busca un sistema seguro y justo (safe and fair) para hacer frente al problema de los prisioneros que no pueden ser procesados y representan un peligro para el pueblo americano. «Necesitamos, añadió, un marco legal y legítimo para esos detenidos. En nuestro sistema constitucional no cabe la detención (preventiva) prolongada». El Congreso había votado contra el coste de cerrar Guantánamo, pero el presidente insistió el jueves: el centro se cerraría.

Un detenido muy peligroso, acusado de los atentados contra dos embajadas americanas en África, 1998, será juzgado por un tribunal de Nueva York. En Guantánamo se ha torturado a sospechosos no procesados hasta hoy. Pero el Partido Republicano cree que puede, por primera vez en cuatro meses, abrir una gran vía de agua en la Casa Blanca.

La situación se ha tensado peligrosamente. El anterior presidente ha guardado silencio. Pero su vicepresidente, Dick Cheney, tomaba la palabra en una fundación neoconservadora al tiempo que Barack Obama hablaba en los Archivos Nacionales. Cheney cree que las prácticas aplicadas en Guantánamo y Abu Ghraib son duras pero no pueden calificarse de tortura (un nominalismo de difícil solución). La guerra contra el terrorismo, para Cheney, no se puede ganar desde posiciones de centro. Estados Unidos, recuerda, no ha sufrido ningún ataque desde el 11 de septiembre de 2001.

La administración Obama ha dado respuestas corteses y duras a Cheney. La dignidad de la nación no es compatible con la tortura, sea cual sea el prisionero, por respeto a ese prisionero y a sus captores. Los padres de los soldados americanos en Irak o Afganistán son quienes más temen la tortura, una venganza que amenaza a sus hijos.

Guantánamo viola las normas de una democracia (en una semana, un prisionero musulmán sufrió más de un centenar de waterboarding, ahogamientos simulados en una bañera). Según un director de la CIA, la agencia «no aplica la tortura sino técnicas imaginativas». La inteligencia y sus servicios pueden matar, pero no torturan. La tortura se vuelve a veces contra el estado que la practica. El torturado llega a dar información falsa con tal de que la tortura termine. La tortura refuerza en ocasiones a la causa que se quiere combatir: tras Guantánamo, el jihadismo ha vuelto con mayor ímpetu. Estados Unidos no ha sufrido nuevos ataques, es cierto: pero no es cierto que haya sido gracias a la tortura, sino quizá a su pesar. Muchos americanos de la derecha dura necesitan con urgencia un atentado que venga en estos días a darles la razón.

¿Es Obama un ingenuo? No lo parece. Nadie en su administración cree en la teoría del one-time event, un solo ataque aislado. El 11-S es parte de un plan escalonado en el tiempo.

David Axelrod, primer asesor de la Casa Blanca, lanzaba el jueves una discreta carga de profundidad: estamos limpiando los problemas acumulados en los últimos cinco o seis años, es un proceso espinoso. Entre tanto, el general Colin Powell, un republicano votante de Obama, le respaldaba en su política de seguridad frente a Cheney. En Guantánamo se practicaron ahogamientos, temperaturas heladas, sueño imposible por ruido atronador… William Pfaff, el gran columnista norteamericano, escribía hace poco tiempo: «Este país ha sido gobernado por gentes que han defendido siempre los principios. Si el principio se pierde, todo se pierde».

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