Obama and the Damning Photographs

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“Ojos que no ven, corazón que no siente”, dice el refrán, implicando que sólo las imágenes nos dan la certeza de cómo ocurren los hechos. Las palabras, en cambio, no tienen tanta fuerza ni credibilidad.

Se dice también que “una fotografía vale más que mil palabras”, ya que lo visual nos acerca más a la realidad. De ahí, que las imágenes del desmoronamiento de las torres gemelas nos ofrecen una mejor impresión sobre el terrorismo; las de un zapato volando hacia un presidente infieren un pésimo gobierno y la foto del gol de Maradona a los ingleses evidencia que la “mano de Dios” existe.

Pero a las fotografías se las suele malinterpretar, ya que se las responsabiliza por lo que en ellas queda retratado. De ahí que despierten controversias más allá de sus protagonistas, como sucedió con el padre Alberto Cutié después que lo pescaron engolosinado con su novia en una playa de Miami; con el premier italiano Silvio Berlusconi regocijado en sus orgías de Cerdeña o con el olímpico Michael Phelps enfiestado con su pipa de marihuana.

Las polémicas son mayores cuando las imágenes originan una disputa entre dos principios de igual valor, pero opuestos. Una disyuntiva así, entre la seguridad nacional y el acceso a la información pública, tiene mareado y a maltraer al presidente Barack Obama. Hace unos días pidió a la justicia que no obligue al Pentágono a divulgar unas fotografías de los militares carceleros torturando a prisioneros en Irak y Afganistán, bajo el argumento de que puede generar mayor opinión pública antiestadounidense, poner en peligro la vida y seguridad física de las tropas e incentivar a Al Qaeda a que reclute más terroristas.

En la otra cara de la moneda, la Asociación Americana para las Libertades Cívicas, exigiendo que se conozca la verdad, reclama la validez de un fallo judicial de setiembre de 2008 que manda a desclasificar las fotos bajo la Ley de Acceso a la información Pública. En estos días deberá pronunciarse la Corte Suprema de Justicia, poco después de que Obama regrese de su periplo por países musulmanes.

Las imágenes sobre las guerras en Irak y Afganistán siempre generaron discusiones, desde las menos complicadas como las de ataúdes con cuerpos de soldados estadounidenses que fueron prohibidas a los periodistas, hasta las más conflictivas, como las que se filtraron en el 2004 desde la cárcel de Abu Ghraib exponiendo casos aberrantes de tortura. Las fotografías tildadas de malditas fueron erróneamente responsabilizadas de aquel escándalo; en realidad, las malas acciones en ellas registradas, fueron las culpables.

La posición de Obama de no divulgar, si bien no es débil legalmente -y tal vez es una de las primeras medidas que apoyan los republicanos y critican sus partidarios demócratas- es contradictoria con el compromiso moral que adoptó el primer día de su mandato. Aquel 21 de enero prometió transparencia y rendición de cuentas y, distanciándose de la cultura del secreto creada por la administración Bush, aprobó un decreto para fortalecer la Ley de Acceso; estableciendo que de existir una disputa reñida o una duda entre la secrecía por razones de seguridad nacional y la transparencia, siempre deberá prevalecer esta última.

Suprimir información para prevenir peligros potenciales como los que argumenta Obama, no es muy convincente. Probablemente la publicidad de las fotos pudiera traer algún tipo de represalia y causar un revuelo internacional, pero no difundirlas, habiendo trascendido parte de su contenido, no atempera los ánimos o hace que el delito de la tortura sea inexistente.

Por el contrario, desclasificarlas estaría más en sintonía con la imagen y confianza que debe generar un líder, dando la oportunidad al Pentágono de repudiar y no repetir esas conductas, y poder exigir a otros gobiernos que también muestren sus atrocidades. Además, permitiría a Obama ser más consecuente con su reciente discurso en El Cairo sobre que “cometimos actos contrarios a nuestras tradiciones y nuestros ideales”.

La publicación de las imágenes, por más bochornosos y nocivos que los hechos puedan ser, es la única fórmula certera de que se pueda conocer la verdad y generar los anticuerpos para combatir las violaciones. Ni la transparencia ni las fotografías son malditas; prohibirlas es lo que genera duda.

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