Fidel, Obama and Us

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Aunque no encuentra espacio en la prensa nacional, en la sociedad cubana existe un intenso intercambio de ideas acerca de la actual coyuntura política marcada por la presencia de Barack Obama en la presidencia de los Estados Unidos, por la percepción que de ese fenómeno tiene la opinión pública y por los juicios expuestos por Fidel Castro en varios artículos, especialmente en su más reciente Reflexión titulada: “El discurso de Obama en el Cairo”.

Asistir al minuto en que Fidel Castro, una criatura predestinada para combatir al imperialismo, dedica tiempo para examinar desde un ángulo positivo la actuación de un presidente norteamericano, es un hecho inédito. El riesgo es que quienes lo siguen no lo comprendan o hagan lecturas erróneas.

Bajo la dirección de Fidel y de su magisterio, a lo largo de cincuenta años se ha formado en Cuba una escuela de pensamiento cuyo núcleo es un antiimperialismo militante y cuyos adeptos asumen los preceptos y el estilo del comandante, aunque naturalmente carecen de su genialidad y de su capacidad para leer la realidad y actuar en consecuencia.

En Fidel, en dosis perfectas, se combinan la firmeza y la flexibilidad, el talento y la determinación, todo ello coronado por una honestidad intelectual y política a toda prueba. Protegido por el blindaje de una irreprochable y consecuente actitud revolucionaria y antiimperialista, el Comandante se permite lujos que otros militantes no tienen, entre ellos el de exponer desprejuiciadamente, con objetividad y desapasionadamente los contornos de un fenómeno político inédito que tiene nombre y apellido: Barack Obama.

Educados en el precepto de que: “En el imperialismo no se puede confiar ni tantito así” y de que: “Quienes creen en la buena fe del imperio no sobreviven al error”, a los militantes cubanos, sobre todo a los más veteranos, firmes y consecuentes, se les hace cuesta arriba asumir que hay un presidente estadounidense que actúa de buena fe y al que, como mínimo, se le puede conceder el beneficio de la duda.

Ninguno duda de la lucidez de Fidel, de su capacidad para orientarse en las situaciones políticas más complejas ni osan contradecirlo. Ninguno cree que pueda equivocarse y aquellos que lo creen, están dispuestos a seguirlo en el error. No obstante, esas convicciones no resuelven la contradicción.

A los revolucionarios cubanos les sobran razones para odiar profundamente al imperialismo norteamericano al que combaten desde hace cincuenta años y del que han recibido solamente golpes y agravios, sentimiento que expresan mediante el rechazo a sus símbolos, principalmente a sus voceros, ninguno más conspicuo que el presidente de los Estados Unidos.

No obstante, debido a la novedad del fenómeno y a su importancia para los Estados Unidos, para Cuba y para el mundo, Fidel con su metódico y minucioso estilo, lo ha procesado pasándolo por el tamiz de su vasta cultura política, una experiencia que ningún otro estadista ha acumulado y por su fino instinto.

Siguiendo paso a paso, minuto a minuto, palabra por palabra y gesto por gesto los antecedentes y la actuación del nuevo presidente norteamericano, con la lucidez y la honestidad acostumbradas, Fidel expone sus puntos de vista, no para demostrar que está al día ni probar su sabiduría, sino para orientar a los militantes y a los cuadros de la Revolución.

Anoche y esta mañana cuando visitaba o llamaba por teléfono a personas que conozco y cuya percepción de estos fenómenos necesitaba para escribir estas notas, uno de ellos me dijo: “Hasta ahora lo de Obama son sólo palabras…”

¡En buena hora! Me dio la oportunidad que necesitaba para decirle: – “Hasta donde conozco, todos los programas políticos, todas las doctrinas y todas las grandes metas, han comenzado siendo ideas y palabras. Nadie comenzó nunca una casa por el techo y pocos son los lideres que como Fidel han logrado ver convertidas sus palabras, sus proyectos y sus ideales en realizaciones que se expresan a escala de toda una Nación, de un pueblo y de una época histórica”.

– “Démosles tiempo – acotó un circunstante – tal vez Obama no logre nada o no alcance todo lo que se propone”.

– “Ni Jesucristo – subrayó otro – pudiera ser medido con ese rasero. Él tampoco logró todo lo que se proponía. Para hacer el bien lo primero es querer hacerlo. Lo demás queda a las circunstancias”.

El ejercicio había terminado, era tarde y nos despedimos con la convicción de que cualquiera que sea el caso, se trata de otras experiencias y de otras batallas libradas con la misma convicción y para mayor tranquilidad, con el mismo jefe al timón.

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