Obama y su «poder blando»
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Miguel Salvatierra
Lunes, 15-06-09
El reciente discurso de Barack Obama en El Cairo, prolegómeno del de ayer de Netanyahu en Israel, ha provocado dos clases de reacciones: la de los que consideran que marca el principio del cambio en Oriente Próximo y la de aquellos que ven un «buenismo» que se estrellará contra la implacable realidad de la zona. Es innegable que el punto de partida es más que arduo. Quizá la única coincidencia unánime en torno al conflicto palestino-israelí es que la paz está hoy más lejos que nunca.
Obama exigió a los palestinos que cesen la violencia y a los israelíes que pongan fin a los asentamientos ilegales. Dos condiciones previas para «negociaciones inmediatas», pero negociar ¿con quién? La guerra civil ha dejado a los palestinos sin interlocutor y divididos. ¿Y negociar qué? ¿Quién o qué va a obligar Netanyahu a ceder un hipotético estado o soberanía a los palestinos en Cisjordania, con la amenaza de que Hamás haga lo mismo que hizo en Gaza en 2006? ¿Quién o qué va a obligar a Hamás a reconocer la existencia de Israel, renunciar a la violencia e integrarse en un gobierno común palestino?
Según Obama, el arma para buscar esa paz lejana será la diplomacia. Una política exterior que va a buscar un acercamiento entre árabes e israelíes y forzar así el aislamiento de un Irán a quien todos temen. El objetivo: disuadir a los ayatolás de su rearme nuclear y cortar el cordón umbilical con Hizbolá y Hamás.
Tras las palabras, toca la hora de los hechos y de comprobar si el llamado «poder blando» de Obama podrá solucionar lo que la «mano dura» de Bush fue incapaz de resolver. De lo que no cabe duda es que se ha acabado el tiempo de citar el Corán y, tarde o temprano, tendrá que pisar algún callo o apretar algunas tuercas si quiere conseguir algún avance.
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