A duras penas, comienza a abrirse paso el sentido común en la crisis de Honduras. El presidente depuesto Manuel Zelaya y el presidente interino Roberto Micheletti aceptaron la mediación de D. Óscar Arias, gobernante de Costa Rica y premio Nobel de la Paz.
Lo propuso, acertadamente, Hillary Clinton ante la autoexclusión del chileno José Miguel Insulza, secretario general de la OEA, por su parcialidad a favor de Chávez y la desacreditada imagen que dejó entre los hondureños como portador de un ultimátum humillante.
Arias es la persona idónea para ese papel de mediador. Es un demócrata con ideas muy claras, pero no será un instrumento de Washington ni de nadie.
En la década de los ochenta, en la última etapa de la Guerra Fría, se opuso a las presiones del gobierno de Reagan y creó las condiciones para que nicaragüenses, salvadoreños y guatemaltecos, enfrentados a tiros, negociaran la paz.
Tuvo a su favor la Perestroika, la fatiga de la URSS y la resistencia armada de las guerrillas antisandinistas auspiciadas por la CIA, pero el mérito mayor de aquellos acuerdos le corresponde a Arias. Por eso le otorgaron el Nobel.
Aparentemente, esta nueva tarea parece más sencilla, pero Arias debería viajar a Honduras a conversar con otros actores fundamentales para tener un cuadro más claro de la situación. Manuel Zelaya y Roberto Micheletti llevan 30 años de amistad y solo ocho meses de crecientes desavenencias. ¿Qué separó a estos hombres? En realidad, lo mismo que hoy divide a la sociedad hondureña en el terreno político: la insistencia del presidente Zelaya en arrastrar a su país al ‘socialismo del siglo XXI’.
¿Qué puede hacer fracasar la mediación de Arias? Tres razones: primero, el carácter de Zelaya, las presiones de Chávez encaminadas a dinamitar cualquier acuerdo que signifique una merma de su zona de influencia. Tercero, la convicción de que el fracaso de Arias será una especie de luz verde para iniciar la reconquista violenta del poder por métodos subversivos.
Ya hay síntomas de que Zelaya no entiende la negociación. Desde que habló con Hillary Clinton, Zelaya fue endureciendo su discurso, como si buscara la rendición incondicional de sus adversarios, pese a estos tener el control real y total del país.
EE.UU. todavía conserva cierta capacidad para presionar a Zelaya y obligarlo a tomar en serio las negociaciones: no abandonar a Micheletti ni privarlo de ayuda hasta no ver el resultado final de la mediación de Arias.
Si EE.UU. comprueba que el objetivo de Zelaya no es rescatar la legalidad, sino entronizar el chavismo, lo responsable es hacer lo posible por impedirlo.
Leave a Reply
You must be logged in to post a comment.