FRENTE A amenazas de muerte y a la oposición de compañías aseguradoras y farmacéuticas lucha el presidente de EEUU para materializar la prioridad de su primer año de mandato: la reforma del sistema de salud norteamericano. Atrás quedan las críticas por su falta de liderazgo en el proceso y la burocratización del mismo. Obama pone en liza gran parte de su crédito en un proyecto con el que ya tropezó su antecesor demócrata en la Casa Blanca, Bill Clinton. El impulsor del Obamacare reclama «respaldo popular» y asegura que su país está «más cerca que nunca» de obrar otro cambio histórico. Lo cierto es que el plan para ampliar la cobertura de 46 millones de personas, que no debe entenderse como la creación de una Seguridad Social a la europea, está bloqueado en el Congreso. Será en septiembre, con la vuelta de la actividad a la cámara, cuando afronte su prueba de fuego. Mientras, Obama resitúa el debate donde le es cómodo, a pie de calle, con testimonios (la muerte de su abuela) que tratan de convencer de que tras la reforma no hay medidas a favor del aborto o la eutanasia.
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