Obama ha tenido un mal agosto y se adentra en un otoño en el que va a tener que optar, algo que hasta ahora ha ido evitando mientras cabalgaba a lomos de unos medios acríticos y de su magia retórica. Pero ya en Washington, después de unas vacaciones en la exclusiva isla de Martha’s Vineyard, consumido un largo periodo de gracia de más de ocho meses, necesita traducir la poesía de su mandato en prosa. Y tiene que hacerlo en dos asuntos de vida y muerte para su presidencia: la guerra de Afganistán, que es “su guerra”, y la reforma sanitaria encallada en el Congreso y sometida durante el a un duro castigo de desinformación masiva y calumnia, organizado por grupos de ultraderecha, que ha calado en una población para la que, mayoritariamente, las palabras Gobierno y Público siguen siendo obscenas. Obama acudirá el miércoles al Capitolio para explicar ante las dos cámaras del Congreso por qué EE UU necesita reformar a fondo una sanidad que deja fuera de su paraguas a 46 millones de norteamericanos y amenaza con quebrar las cuentas públicas.
Tras ocho meses de gracia, Obama debe traducir la poesía de su mandato en prosa
¿Cómo es posible que controlando con mayorías absolutas el Congreso, la principal reforma de la presidencia Obama esté amenazada? Muchos creyeron que la llegada de Barack significaba que EE UU se estaba europeizando. Error. El Congreso de Washington no opera con la disciplina partidaria de voto con la que lo hacen los parlamentos europeos: los diputados piensan sobre todo en su reelección y no en salvar siempre a su jefe de filas aunque esté en la Casa Blanca. La recesión ha asustado a los estadounidenses que ven aliviados la recuperación temporal del papel salvavidas del Estado pero palidecen ante la remota posibilidad de que su mundo, genéticamente individualista, importe un “socialismo” a la europea. Obama ha querido ofrecer todo a la vez: aumento de la cobertura hasta casi un 100%; reducción de costes sanitarios; doble opción, que atrae a los sindicatos y a la izquierda demócrata. El consenso total es imposible. Obama, en búsqueda de un compromiso que le haría aparecer como el gran conciliador, podría suprimir, para salvar la reforma, la opción de un seguro público garantizado por el Estado, en competencia con los actuales seguros privados. Jean Edward Smith, autor del libro F.D.R., le recuerda al presidente en el The New York Times que gobernar implica optar y que no tenga miedo a aplicar su amplia mayoría contra el disenso de la minoría. Le pide que haga como Roosevelt en el New Deal cuando no solicitó permiso a los banqueros para crear la SEC, la institución que regula los excesos de Wall Street.
Afganistán y la creciente amenaza de fracaso, que predice The Economist, es un asunto internacional que también nos afecta a los europeos y a España: tenemos desplegados allí 1.200 soldados, de un total de 110.000 tropas occidentales, que esta misma semana han entrado en combate, ensombrece también el otoño de Obama y podría convertirse en el Vietnam del joven presidente. Barack la considera una guerra “necesaria” y por lo tanto justa, frente a las guerras de “opción”, que eliges, por motivos políticos, como fue la de Irak. En pleno agosto afirmó ante un grupo de veteranos que “Afganistán no es sólo una guerra que merece la pena luchar. Es fundamental para la defensa de nuestra población”. ¿No había dado ya Obama por concluida la guerra ilimitada contra el terrorismo declarada por los neocons de Bush? Los objetivos de la guerra son confusos y no son entendidos por las opiniones públicas norteamericana y europea; los jefes de Al Qaeda están en Pakistán. Las elecciones han resultado un fracaso; Karzai, rodeado de narcotraficantes y señores de la guerra, carece de legitimidad y preside un Gobierno corrupto; la insurgencia talibán es cada vez más audaz y está más preparada; la protección de la población afgana requeriría 500.000 soldados (uno por cada 50 habitantes); militares estadounidenses estiman ya que psicológicamente y sobre el terreno los talibanes están ganando, y para ellos ganar es no perder. El Pentágono está a punto de pedir a Obama una escalada bélica. Crece en EE UU, también entre los demócratas, la idea de que la guerra no puede ganarse y las peticiones de un calendario de retirada. El columnista conservador George F. Will le recuerda a Obama las palabras de De Gaulle, quien refiriéndose a la decisión de Bismarck deteniendo en 1870 a las tropas alemanas a las puertas de París, dijo que “El genio a veces consiste en saber cuando parar”.
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