Estados Unidos: ¿post-racial?
La sinceridad con la que habló el ex presidente Jimmy Carter la semana pasada sobre la detestable persistencia del sentimiento racista en “un amplio sector del país” le ha creado un problema político al presidente Barack Obama y ha provocado un intenso debate sobre el estado de las relaciones raciales en el país.
En rigor, antes de la entrevista de Carter, ya se comentaba en los círculos políticos que, en el exabrupto del representante por Carolina del Sur Joe Wilson, había antiguos ecos racistas. El día anterior a la entrevista en la que Carter expresó sus preocupaciones sobre el tema, yo mismo escribí un artículo en el que adopté una postura similar a la del ex presidente, aunque menos amplia y con diferente argumentación.
Critiqué a Wilson por su falta de respeto a la investidura y recordé sus antecedentes políticos. Pero omití hechos y dichos sospechosamente racistas. Por ejemplo, ¿cómo entender a ese sector de la oposición que tramposamente sugiere que el Presidente no es ciudadano por nacimiento y que nació en Kenia, sino como un intento de deslegitimación de su Presidencia? ¿Por qué razón hay gente que lleva a sus protestas caricaturas del Presidente que ofensivamente destacan el color de su piel y lo pintan como un doctor brujo? ¿Qué otra significación se le puede dar a la explicación de Rusty DePass, un activista del Partido Republicano del mismo estado de Wilson, cuando declara que el gorila que se escapó del zoológico es tan solo un antepasado de la Primera Dama?
A pesar de la evidencia citada, yo creo que el número de estadounidenses que creen en la superioridad de las personas de raza blanca no es tan amplio como Carter parece sugerir. Estoy convencido de que el país avanza hacia una era post-racial y que la mayoría de los ciudadanos exigen la aplicación de las leyes que prohíben la discriminación racial en los trabajos, la vivienda, las escuelas, y que esperan que se respeten los derechos civiles, humanos y políticos de las minorías raciales.
El vocero de la Casa Blanca ha dicho que el mandatario no piensa que la crítica de los opositores a sus proyectos “se sustente en el color de su piel”. De acuerdo, pero, dada la evolución histórica de las relaciones raciales en el país y la exitosa estrategia a la que Obama se ha ajustado durante toda su trayectoria política, el comunicado de prensa presidencial es predecible.
Obama gana la Presidencia porque convence a la mayoría de los estadounidenses de que el país vive una realidad post-racial y de que él es capaz de gobernar para todos. La revelación es trascendental porque les pone fecha de caducidad a las políticas de acción afirmativa que a partir de la década de los años 60 se ponen en práctica para proveer igualdad de oportunidades a todos.
Como toda buena obra, sin embargo, la acción afirmativa también condujo a excesos. Por ejemplo, a la demanda de beneficios especiales para las minorías, a la victimización de los propios y la satanización de los blancos. Así, los políticos minoritarios se encierran en una conveniente aunque indeseable ‘guetoización’, que les permite ganar elecciones en distritos mayoritariamente minoritarios, pero les impide triunfar cuando el electorado no es racialmente homogéneo y los juzga demasiado parciales a su raza o grupo étnico. Cuando Obama decide competir políticamente, lo hace sabiendo que el camino trazado por candidatos como Jesse Jackson o por activistas como Al Sharpton no conduce a la Casa Blanca.
Hoy, aunque un sector de la opinión pública le pida que participe en el debate sobre el estado de las relaciones raciales, parece difícil que, desde la Presidencia, Obama cambie su discurso. Por otro lado, yo pienso que nada ni nadie puede obligar a un racista a que modifique su abominable manera de ver las cosas. Ya el Estado creó las leyes contra la discriminación. Las relaciones raciales han mejorado y lo único que ahora podemos exigirle al Estado es que castigue a quienes las infrinjan.
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