Estados Unidos no tiene interés en seguir siendo la potencia responsable de la estabilidad y el buen gobierno en Latinoamérica. Esa fue una incómoda tarea del siglo XX. Desaparecida la URSS, los políticos norteamericanos ya no sienten ningún peligro potencial para la seguridad nacional procedente de la región. Cuba les parece una dictadura decrépita que desaparecerá a corto o mediano plazo. A Chávez lo ven como un loquito pintoresco, exportador de petróleo, capaz de hacerles mucho daño a los venezolanos y a sus vecinos, pero no a ellos.
Es verdad que Castro y Chávez están en una cruzada delirante encaminada a revivir la conquista del planeta para el Socialismo del siglo XXI, pero ese disparate (por ahora) sólo afecta a las víctimas directas de sus maquinaciones. Incluso, en un conflicto como el de Honduras, a Washington no le importó coincidir con los objetivos de sus enemigos, aunque el control de ese país por el chavismo eventualmente signifique otro par de millones de hondureños ilegales en Estados Unidos huyendo de la hambruna, el cierre de la base de Palmerola, como ya ocurrió con la de Manta en Ecuador, y otra pista de despegue para los narcotraficantes. En definitiva, peccata minuta.
Naturalmente, EE.UU. preferiría que los países latinoamericanos fueran democráticos, prósperos y sensatos, como los de la Unión Europea, por ejemplo, pero Washington ya no siente ninguna urgencia de guiarlos en esa dirección. Le gustaría, eso sí, que Brasil lo sustituyera en ese liderazgo, pero es una ilusión irreal.
Brasil es del tamaño de Estados Unidos, tiene 200 millones de habitantes y posee ciertas zonas parcialmente desarrolladas, pero dista mucho de ser una potencia. Basta revisar el CIA Fact Book por internet para comprobarlo: su economía no resulta puntera e innovadora y tiene apenas dos billones de dólares (trillions en inglés). Más del 30% de su población es muy pobre.
Pero hay algo más trascendente que todo eso: Brasil no tiene vocación de potencia regional ni deseos de dirigir a sus vecinos. Liderar cuesta dinero, a veces hay que utilizar la fuerza, y Brasil, que no consigue poner orden ni en las favelas, lleva demasiado tiempo volcado hacia dentro para reinventarse ahora como los Estados Unidos de Suramérica. No lo desea. No puede. No tiene fuerzas. Pretende ser importante, pero sin asumir responsabilidades internacionales.
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