Barack Obama… Beginning of the End?

<--

Pongamos que usted fuera el presidente de los Estados Unidos. Y que el hogar y el de su mujer y sus hijas -Casa Blanca aparte- estuviese en Chicago. Y que los de Chicago 2016 le pidiesen que arrimara el hombro con la candidatura olímpica, aún sabiendo o sospechando que Chicago no va a ganar… Con lo cual, si usted no va a Copenhague, le culpan de no haber puesto suficiente interés. Y si va, de llevarse un revolcón. Usted, que parecía el Superman de las relaciones exteriores.

En esta situación se encuentra Barack Obama desde el veredicto del Comité Olímpico Internacional, que la ultraderecha estadounidense ha saludado como «la primera gran derrota» del obamismo. Cuando aparecieron en internet imágenes de republicanos celebrando con aplausos la derrota de Chicago, los demócratas se indignaron. Han empezado a acusar al Viejo Gran Partido (GOP, por sus siglas en inglés) de anteponer el interés partidista al nacional. De hacer antiobamismo hasta el punto del antiamericanismo.

Da la impresión de que republicanos y demócratas se hayan intercambiado los papeles. En época de George W. Bush eran los conservadores los que acusaban a la progresía anti-guerra de Irak de socavar la política y los intereses del país con sus protestas. Ahora los demócratas son los que preguntan si Chicago no es suficientemente América para los enemigos de Obama.

La escalada de críticas ya empezó antes de Copenhague. Al principio el presidente no tenía que estar presente en la cita olímpica. Los promotores de la candidatura pusieron el grito en el cielo para que acudiera. Los analistas más serios sostienen que aquello ya fue un importante error de cálculo: subrayan que Chicago nunca fue una favorita con posibilidades, y que exigir la presencia del presidente era ignorar esto. El hecho de que la ciudad no sólo cayera eliminada sino que lo fuera en la primera votación ha resultado especialmente humillante y especialmente duro de tragar para la Casa Blanca.

Se ponen las botas

Y aquí es donde la ultraderecha americana se ha puesto las pilas: si antes de Copenhague quitaban importancia al compromiso olímpico y reprochaban a Obama que se dedicara a estas cosas en lugar de a lidiar con el creciente paro y el cada vez más enconado debate sanitario, después de Copenhague la acusación era de haberse puesto en ridículo. Y haber evidenciado «los límites» de su pretendida hiperpopularidad internacional.

Se pusieron las botas comentaristas como Glenn Beck en la Fox, como New Gingrich («El presidente Obama fracasa en el intento de traer los Juegos a Chicago el mismo día que el desempleo llega al 9,8 por ciento… El país necesita liderazgo»). Pero sobre todo el gurú radiofónico conservador Russ Limbaugh. Éste fue el más descarado en alegrarse y así lo dijo: «¿Que si me alegro? ¡Pues sí! ¡No lo niego! ¡Soy feliz porque lo que más deseo en el mundo es que Obama fracase y con él todas sus ideas!».

About this publication