Como libres de toda culpa, mientras Obama pierde popularidad día con día, los republicanos sacan provecho político de la crisis.
Según las encuestas, la popularidad de Obama alcanza apenas 36 por ciento. Esto significa 14 puntos por debajo de su máximo en los primeros meses del año. Al mismo tiempo, el número de personas que abiertamente desaprueban su gestión se ha incrementado pasando de cinco por ciento a más de 45 por ciento. Esta cifra es de las más bajas para un Presidente en un ciclo similar desde hace varios periodos.
Obama al perder popularidad, se desvanece su capacidad de influir en el Congreso. Pierde a los demócratas, pero también a aquellos republicanos que lo han apoyado. De mermar el apoyo de los demócratas que hoy son mayoría en ambas cámaras no contaría con los votos necesarios para continuar su ambicioso proyecto político.
Históricamente los presidentes estadunidenses que han podido impulsar grandes iniciativas legislativas y cambios gozaron en su momento de una gran popularidad. En el sistema político estadounidense, la popularidad se traduce en legitimidad para proponer cambios. Esto significa que Obama hoy está más solo en Washington de lo que su antecesor George W. Bush estaba en 2001. Y que sus propuestas en el Congreso tienen una posibilidad alta de quedarse en el congelador.
Pero lo que más asusta a los demócratas es que esta baja popularidad puede significar un castigo en las urnas en las elecciones intermedias al Congreso. Este miedo es motivo de alegría para los republicanos.
El mismo castigo ya lo sufrieron los demócratas en las elecciones para gobernador en Virginia y New Jersey. En ambos estados los republicanos arrasaron. La derrota se debió más a la incertidumbre causada por la crisis económica, que a la fortaleza de los candidatos republicanos.
Sin duda, la falta de popularidad de Obama es el resultado del efecto que la crisis económica ha provocado en la población. Los estadunidenses cuestionan la efectividad de las medidas económicas para salir de la crisis. En especial el paquete de estímulos al sector financiero y bancario y el apoyo a la industria automotriz. Además, la reforma de salud que es parte medular de las políticas públicas de Obama enfrenta hoy grandes obstáculos en el Congreso.
Los estadunidenses tienen una memoria de corto plazo. Parecen haber olvidado que la situación económica es el resultado de un sobreendeudamiento del gobierno del presidente George W. Bush. Y que las altas tasas de desempleo son la consecuencia de la crisis económica de su gestión.
También olvidan que las medidas tomadas por Obama lograron evitar una depresión aunque no pudieron revertir la crisis económica que comenzó en los últimos meses de Bush.
Para Obama y el partido demócrata es necesario que la situación política y económica dé un giro para poder pensar en triunfos electorales.
Necesitan que se reduzcan los niveles de desempleo y comiencen a ver los frutos de los estímulos fiscales. En lo internacional requieren convencer a la población de la efectividad de sus tan cuestionadas acciones en Afganistán.
Este giro económico debe darse a tiempo para que cuando la población acuda a las urnas en otoño del año entrante reconozca los éxitos del régimen.
De perder las elecciones los demócratas el año entrante, Obama verá reducida su capacidad de influir en el Congreso y con eso la posibilidad de llevar a cabo los cambios que son la base de su proyecto político.
Por lo que respecta a los inmigrantes mexicanos, la prometida reforma migratoria se verá cada vez más lejana.
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