¿Se imaginan a Julio César mandándoles decir a los habitantes de Galia que dejaran así, que Roma ya no los iba a dominar? ¿O a la reina Victoria comunicándoles a los habitantes de la India que chao, que ahí los dejo en libertad para que decidan su futuro? Suena bonito, pero absolutamente irreal. En Roma, ni siquiera al emperador Adriano, que fue ejemplo de comprensión frente a sus colonias, se le ocurrió semejante despropósito.
Por momentos, Barack Obama da la impresión de querer ser el primer gobernante de un imperio que busca renunciar a esa condición. Su propuesta de cambiar el unilateralismo por el multilateralismo suena muy bonita y ya mereció el Nobel de Paz más generosamente concedido que yo recuerde. Pero, por ahora, es apenas un postulado cuyo significado muy pocos en la Casa Blanca o el Departamento de Estado conocen a ciencia cierta.
Prueba de que, en materia de política exterior, Obama sabe mucho más lo que no quiere repetir del detestable George W. Bush, que lo que quiere hacer a cambio, son las contradictorias señales de las semanas recientes. El presidente de Estados Unidos fue a recibir el Nobel a Oslo apenas unas cuantas horas después de ordenar el envío de 35.000 soldados adicionales a Afganistán, la guerra que él considera justa y que la mayoría de los expertos piensa que es imposible de ganar.
En cuanto a América Latina, la actitud de Washington frente a la crisis de Honduras muestra una especie de cómodo laissez faire: no les gustaba Manuel Zelaya, convertido en títere de Hugo Chávez, pero tampoco les gustó la manera en que lo sacaron del poder. Ahora que hubo elecciones, Hillary Clinton ya se refirió al ganador, Porfirio Lobo, como “presidente electo”, lo que implica un reconocimiento de su legitimidad, aunque sin meterse demasiado.
Pero, incluso en esta parte del mundo, ¿es realista que Estados Unidos dé un paso al costado y deje que aquí pase lo que sus gobernantes decidan? En la misma alocución en que habló de Honduras, Clinton regañó a los líderes reeleccionistas -¿le caerá ese guante a Álvaro Uribe?- y aprovechó para hacerles algunas advertencias directas a Chávez y a Evo Morales. Dijo Clinton que “coquetear con Irán”, como lo han hecho Venezuela y Bolivia, “es una mala idea” que puede acarrear “consecuencias”. Esa amenaza velada no suena muy obamista. Más bien parece de Bush. Y, entonces, ¿dónde queda el multilateralismo?
Queda en que es inaplicable porque, más allá del voluntarismo pacifista de Obama, como él mismo lo dijo en Oslo, a veces hay que hacer la guerra. Como en Afganistán. O como les puede tocar en Irán si el señor Ahmadinejad sigue multiplicando sus instalaciones nucleares. No es tan fácil decir: aquí en Afganistán y aquí en Irán sí vamos a actuar como imperio y como policía del mundo. Pero en América Latina no. ¿Y si el que se mete por estos lares es el propio Ahmadinejad? ¿Y si el que se arma hasta los dientes y decide coquetear con la industria nuclear es Chávez? Como se deduce del discurso de Clinton, ahí patina el multilateralismo.
¿Y Colombia? Por ahora, Obama tiende a ser distinto de Bush, el que fuera gran amigo de Uribe. Pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Qué pasa si, con cualquier excusa, Chávez da el salto de sus amenazantes peroratas de guerra a la guerra misma? ¿Qué pasa si avanza en sus acuerdos nucleares con Irán? Tal vez entonces el propio Obama se vea obligado a engavetar el multilateralismo, se decida a intervenir, al mejor estilo de un Reagan o un Bush, y comprenda que el gobernante de un imperio no puede, de la noche a la mañana y por mero voluntarismo, llevar a su país a renunciar a esa condición. Estados Unidos no dejará de ser imperio porque Obama lo decida. Dejará de serlo el día que otra potencia lo reemplace. Y para eso todavía falta.
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