Obama Does Not Engage in Pushover Policy

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No se ha limitado a autoflagelarse. Tampoco se va a conformar con tomar medidas para mejorar la seguridad aérea y la protección del país. Barack Obama va a intentar matar al monstruo en su guarida y ya ha dado órdenes a sus militares para que se apresten a atacar objetivos de Al Qaeda en Yemen.

Aquí y probablemente en bastantes países europeos se habrían puesto a hacer actos de contrición, a inventarse culpas propias en el pasado y a rebuscar excusas sociológicas que les permitieran digerir sin sobresaltos la vesánica conducta del terrorista nigeriano.

Hablarían de la Alianza de Civilizaciones y darían por supuesto que, tendiendo la mano, conjuraban el peligro de los fanáticos. Superado el susto y durante un tiempo, vivirían confiados en la idea de que si no se les toca, si no se les molesta y si se procura no ofenderles, no pondrán bombas en los trenes, ni reventarán discotecas ni destruirán en vuelo aviones repletos de pasajeros.

Craso error. Nos odian más por lo que somos, que por lo que hacemos. Y a la hora de buscar «motivos», a los fanáticos de Alá les sirven igual unas tropas en Afganistán que unos bikinis en la Costa del Sol.

El presidente Obama ha marcado el camino. Cuando afirma que es esencial que diagnostiquemos los problemas con rapidez y les pongamos solución inmediatamente, no se refiere sólo a los fallos en los controles de los aeropuertos, a los errores en cadena de los servicios de inteligencia o a la desconexión entre la embajada en Nigeria y el FBI o la CIA.

El «problema» no son únicamente esas deficiencias «potencialmente catastróficas». El drama es que Occidente se está limitando a esperar. Y él no lo va a hacer. Nuestro flamante premio Nobel de la Paz va a llevar la guerra donde haga falta para evitar que la muerte vuelva a Estados Unidos.

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