Con la llegada del 2010 se completa la primera década del siglo XXI. Un periodo que superó las predicciones en materia de transformaciones y que definitivamente dejó atrás las estructuras que habían sobrevivido desde la segunda posguerra.
La década casi comenzó con los ataques de Al Qaeda contra Estados Unidos, el 11 de septiembre del 2001, respondida por George W. Bush con la cruzada mundial antiterrorista y las guerras de Afganistán e Irak, largas y costosas y de impredecible final. Estos dos conflictos demostraron que el fin de la Guerra Fría no implicaba un paso cierto hacia la paz y la cooperación, sino que se abrían nuevos desafíos y causas de confrontación.
Estos primeros diez años son suficientes para concluir que el papel de Estados Unidos en el mundo se modificó y que ahora, más que un Imperio, es un líder de un poder compartido con países emergentes -China, Rusia, India, Brasil- que cada día demuestran que hay una nueva jerarquía de poder en el mundo. No por coincidencia otro hito histórico de la década -la elección de Barack Obama- ha causado furor por fuera de E.U. gracias a su discurso multilateralista, pragmático y antiintervencionista. Obama está sintonizado con las realidades del nuevo siglo.
La economía mundial se sacudió con dos crisis en los últimos diez años. La del estallido de la burbuja de los punto com, a comienzos, y la crisis hipotecaria de Estados Unidos, que condujo al mundo a la recesión, a finales. Los economistas no se han puesto de acuerdo sobre los alcances y profundidad de esta última, ni tienen un consenso para afirmar que se inició un nuevo periodo de intervención del Estado en el mercado. Pero la euforia neoliberal que sirvió de base al llamado Consenso de Washington en los años noventa quedó atrás con secuelas evidentes como la pérdida de confianza en el libre comercio.
La historia se sacudió en otros campos. Las redes de comunicación por Internet -Facebook, Twitter- y el acceso permanente de los individuos a la tecnología -iPods, celulares de tercera generación con acceso a Internet- modificaron la vida cotidiana. En los deportes brillaron, especialmente, cinco estrellas -Michael Schumacher, Roger Federer, ‘Tiger’ Woods, Michael Phelps y Usain Bolt-, que pulverizaron las hazañas y los sueños de sus antecesores.
La década también fue crucial para Colombia. Los gobiernos de Álvaro Uribe la coparon casi toda en lo político, con efectos positivos para alimentar expectativas ciertas de que el mayor conflicto interno del siglo XX -el de la guerrilla contra el Estado- no se extenderá al XXI y que el paramilitarismo en el futuro no tendrá la fuerza que llegó a tener en el pasado. Al mismo tiempo, las reelecciones -y en particular la segunda, que está en definición- implican un alto riesgo por el desgaste de instituciones democráticas construidas con gran esfuerzo. Al lado del uribismo, por primera vez en su historia Colombia vio crecer un proyecto de izquierda democrática -el Polo- que ganó dos veces la Alcaldía de Bogotá, llegó al segundo lugar en las elecciones presidenciales del 2006 y alcanzó votaciones inéditas. Uribismo y Polo, en estos años, fueron los grandes actores y consolidaron el desplome del monopolio del bipartidismo liberal-conservador que dominó la escena en el siglo XX.
Y habría mucho más que decir. El auge de talentos de la música nacional -Shakira, Juanes, Carlos Vives- en la escena mundial, los cambios de tendencias en las ideas sobre el matrimonio, la familia, los derechos de los homosexuales y el aborto, o el surgimiento de una justicia internacional como antídoto contra la impunidad de los sistemas nacionales. Todos fueron trascendentales e impresionantes. La primera década del siglo XXI, definitivamente, transformó al mundo.
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