The Challenges as a Nation for the New Year

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Los retos como nación para el año nuevo

Salvador Ventura

En un comentario anterior decíamos que “tiempos nuevos implican mentalidades nuevas”, para referirnos al futuro de las relaciones exteriores de nuestro

país y también a modificaciones en el modelo económico y, en términos generales, a la “nueva política” que está obligado a seguir el gobierno del “cambio”.

Esperamos, por ejemplo, establecer a partir de este 2010, un trato especial y coherente para cada Estado de nuestro continente, conforme a reglas particulares

que rigen en cada uno de ellos.

Y esto es más importante por cuanto Latinoamérica, como unidad de intereses, propósitos y destino histórico, no existe en la concepción política del actual

gobierno norteamericano, con el cual tenemos excelentes relaciones; pero no raíces comunes.

  Por cierto, el Departamento de Estado adopta determinados parámetros y perfiles para juzgar a cada país de esta región, así seremos buenos y malos, amigos

o enemigos, dignos de ayuda y de amistad o despreciables. Las naciones independientes y soberanas miembros de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de

América (ALBA), no son vistas con “buenos ojos” por la política exterior de los Estados Unidos de Norteamérica, por la sencilla razón de no estar plegados

a sus intereses hegemónicos y optar por la integración y la unidad de Latinoamérica. Es lamentable que en el Siglo XXI todavía priven los Destinos Manifiestos,

América para los Americanos, el Traspatio trasero o la política del “garrote”.

  No lo decimos por simple capricho o necedad, basta contemplar el panorama mundial para ratificar que los Estados Unidos continúan con su política hegemónica

y de dominio de regiones estratégicas. Sus invasiones y guerras en Irak, en Pakistán y Afganistán están dirigidas a ampliar o afirmar sus áreas de influencia.

Por supuesto que mantienen bases, flotas (Por cierto la IV Flota y las bases militares en Colombia  son una amenazan latente para los países del ALBA)

y grandes contingentes militares en varios países africanos, no para “proteger las democracias y las libertades públicas”, sino para controlar y explotar

recursos minerales y, desde luego, el petróleo y el gas, recursos ya agotados en su propio país.

  Desde que el señor Obama asumió la presidencia de Estados Unidos de Norteamérica, la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha desarrollado una actividad

diplomática tan dinámica, aun cuando velada por aparentes motivaciones de paz, que no necesariamente establece formas de entendimiento e intereses comunes.

Prefigura y marca a su manera los campos de armonía, pero también, potencialmente, de posibles conflictos.

No puede de ninguna manera verse aislado, asimismo, esos cónclaves mundiales y reuniones al más alto nivel de los países industrializados. En este agrupamiento

de naciones que ahora puede parecer un puro juego diplomático pero que mañana se transformará en realidades económicas y, posteriormente, quizá, en arreglos

militares, los países débiles corren el peligro de ser movidos como piezas secundarias si no cuentan con firmes, netas, defensas ideológicas, políticas

y morales.

Cuando se dice –por ejemplo—que El Salvador reclama ser tomado en cuenta en las decisiones internacionales, se enuncia sólo una aspiración utópica. Las

naciones deciden, inclinan la balanza, por lo que realmente pesan o por su unión con países afines, de importancia semejante, en el conjunto mundial.

  Nuestras relaciones con Estados Unidos deben mantenerse y ampliarse; pero también es necesario que compartamos muchos de los postulados vigentes en los

países de Latinoamérica.

Nuestros “esfuerzos” o empeños por constituirnos en oficiosos defensores de la política norteamericana, no deben impedirnos hacer alianzas o establecer

convenios con nuestros vecinos. Está demostrado que solos no somos nada ni estamos en capacidad de avanzar hacia metas superiores.

La misma crisis financiera mundial afecta actualmente a las grandes potencias y por lo mismo es muy poco lo que podemos esperar de ellas en cuanto aportes

económicos y asistencia técnica, científica o tecnológica.

  Por otro lado, no es necesario señalar las condiciones de inferioridad en que nos encontramos en relación con otros pueblos del tercer mundo y aun, concretamente,

con algunos de América Latina. Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia, Uruguay, Argentina, practican políticas definidas, inconfundibles. Del otro lado Brasil

con su peculiar gobierno, no es por supuesto, un modelo envidiable, pero tiene perfiles propios.

México, Perú y Colombia están totalmente a la derecha, presentan una lamentable imagen; su fisonomía se ha hecho, poco a poco, borrosa y esfumada. Conducidos

hoy por tecnócratas y burócratas –en el fondo profundamente reaccionarios—han perdido ya su atractiva, audaz belleza. No simplemente por plegarse a los

designios de la potencia imperial, sino por haber dado la espalda a sus tradicionales aliados de esta región de Latinoamérica.

  A nuestros gobernantes, en los inicios de Año Nuevo, les reiteramos que la primordial, básica tarea de un gobierno, es elegir una cierta y definida idea

de patria. Fijado ese concepto, todos los demás trabajos fluyen suave y naturalmente y la nación adquiere carácter y fuerza.

Lo cierto es que las horas de más amarga prueba están próximas. Tanto más críticos y difíciles sean los trances del imperio en cuyo círculo de influencia

nos ha tocado vivir, en mayores peligros estará nuestro futuro, nuestra soberanía y realización como país auténticamente libre.

Como lo hemos dicho en innumerables ocasiones al referirnos a la oligarquía, también, herido en su agonía, el imperio será más peligroso que nunca.

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