Yemen, un nuevo frente
Washington sabía desde hace tiempo que Yemen estaba convirtiéndose en un foco terrorista de Al Qaeda. Lo que no sospechaba era que tendría que abrir allí tan pronto un nuevo frente de combate. La situación se destapó en Navidad, cuando un nigeriano entrenado por la organización terrorista en el país árabe estuvo a punto de hacer estallar en pleno vuelo un avión que viajaba de Europa a Estados Unidos. Desde entonces, la nación más pobre del Asia -con 22 millones de habitantes- resuena en las noticias. Varias embajadas occidentales cerraron sus puertas hasta ayer en Saná, la capital, temiendo ataques terroristas, y el gobierno de Barack Obama acelerará su entendimiento con el del presidente Ali Abdula Saleh para conjurar la nueva amenaza.
Las cosas, sin embargo, no son fáciles, dada la situación de Yemen, Al Qaeda, el gobierno de Saleh y el de Estados Unidos en la zona. Con escasos mil dólares de ingreso per cápita anual, el territorio yemení apenas produce petróleo, arena y guerras. La caída del precio del crudo lo forzó a pedir ayuda a sus vecinos para sobrevivir, y las condiciones geográficas estimulan el desarrollo de las luchas armadas.
Así, su ejército libra combates contra una rebelión en el norte, un movimiento separatista en el sur y células terroristas que han establecido alianzas tribales y religiosas en diversos puntos del mapa. El Gobierno optó por atender los dos primeros frentes y olvidarse del tercero, que, salvo ocasionales ataques, creció gracias a un tácito pacto con el régimen. Ello permitió que a Yemen llegaran veteranos de las guerras en Afganistán, jefes terroristas liberados en Guantánamo, prófugos huidos de prisión en el 2006 con complicidad de algunos funcionarios y numerosos jóvenes aprendices de ‘mártires’ suicidas llegados entre más de 200.000 exiliados somalíes. Estas circunstancias permitieron que los fundamentalistas violentos pasaran de unos 200 miembros a 2.000 y se convirtieran en eslabón importante de Al Qaeda en la Península Arábiga.
Mientras tanto, el gobierno de Saleh, corroído por el nepotismo y la falta de recursos, poco ha querido o podido hacer contra la hipertrofia terrorista en su territorio. Hace 20 meses, una visita secreta del general David Petraeus, comandante de las tropas estadounidenses en la zona, sentó las bases para formar unidades yemenitas y dotarlas con equipos bélicos adecuados.
Algunos resultados ya se ven. El lunes, el Ejército yemení dio de baja a dos terroristas cerca de la capital, pero se le escapó el jefe de la banda. En el próximo año y medio, Washington destinará 170 millones de dólares a la lucha. Lo cual conduce a una situación adicional: la de Estados Unidos, que ya libra dos guerras en la región y ahora, según declaró la secretaria de Estado, Hillary Clinton, afrontará una más “con repercusiones mundiales”. No exagera; ya se ve en las medidas de seguridad de los principales aeropuertos y las restricciones impuestas a pasajeros procedentes de 14 países, en su mayoría árabes.
Washington no hará la lucha contra Al Qaeda en forma directa, sino a través del gobierno de Saleh. Las diferencias con otros frentes de batalla son importantes, pues no quiere que se repitan errores ya cometidos. Paradójica situación para el Nobel de la Paz, que pidió 30.000 nuevos soldados para Afganistán y ahora declara prioritaria la hora de luchar contra los terroristas instalados en Yemen. Otra vez en el Oriente Medio, la dinámica de los hechos parece ejercer
mayor fuerza que la vocación pacifista del presidente Obama. Este será el primer capítulo que lleva su firma.
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