Edited by Robin Silberman
En favor de la coherencia
“Qué hace Cuba en la lista de países que patrocinan o albergan a terroristas al lado de Irán, Sudán y Siria”, me preguntaba retóricamente Abraham Lowenthal, un académico reconocido por sus trabajos sobre América Latina. En temas de seguridad nacional, me decía el profesor, es sumamente peligroso lanzar acusaciones que no se sustentan en los hechos porque así es como se desvirtúa la credibilidad de las medidas que se adoptan.
Coincido con Lowenthal y pienso que su crítica merece una reflexión. En términos prácticos, la inclusión de Cuba en la lista de países que patrocinan el terrorismo sólo implica que los viajeros que llegan en avión a Estados Unidos procedentes de la isla caribeña serán sometidos a un cacheo y su equipaje será registrado exhaustivamente. En el fondo, sin embargo, la medida revela la persistencia de un grave anacronismo en la política exterior del país.
Peor aún, con la adopción de esta medida, el Departamento de Estado equipara a Cuba con Irán, Sudán, Siria, Afganistán, Arabia Saudita, Argelia, Irak, Líbano, Libia, Nigeria, Paquistán, Somalia y Yemen, países que o patrocinan a grupos terroristas o de donde han salido los fanáticos que han atacado a Estados Unidos.
No hay que confundirse, es cierto que desde hace medio siglo en Cuba hay una dictadura férrea que viola los derechos humanos y civiles de sus ciudadanos; que reprime salvajemente, encarcela o exilia a sus opositores; que ha conducido a la ruina económica al país, pero al que nunca nadie le ha podido probar que sea un Estado que patrocina a terroristas.
En la década de los 70 y de los 80, Cuba inspiró, entrenó y patrocinó a grupos guerrilleros izquierdistas que, armados, intentaron derrocar a gobiernos democráticos, autocráticos o dictatoriales de derecha en varios países de América Latina. También es cierto que, por esas mismas épocas, Fidel Castro mandó ejércitos cubanos a pelear las batallas que su patrocinador, la Unión Soviética, le ordenaba en países del continente africano. Y fue precisamente por esto por lo que, en 1982, la administración de Ronald Reagan decidió incluir a Cuba en la famosa lista negra del Departamento de Estado.
También se le acusó de mantener contactos con grupos guerrilleros colombianos, como el Eln, hasta que, irónicamente, los distintos gobiernos colombianos aclararon que el vínculo no solo era tolerado, sino alentado por ellos para propiciar espacios de diálogo. Todavía hoy, la relación entre el presidente Álvaro Uribe y el dictador cubano sigue siendo un asunto de interés mutuo.
Así las cosas, lo que habría que preguntarse es por qué en Estados Unidos sigue vigente esta absurda política hacia una pequeña isla, que tiene el mismo sistema de gobierno que China, un país que recién visitó el presidente Obama y con el que a diario aumentan los intercambios económicos, comerciales y culturales.
La respuesta es obvia. A pesar de que las ideas de la vieja guardia del exilio cubano son cada día más obsoletas para las nuevas generaciones de jóvenes norteamericanos de origen cubano, y de que la mayor parte de los estadounidenses pide un cambio de política, los grandes excesos de los cabilderos cubano-norteamericanos del pasado siguen dictando la política de Estados Unidos hacia Cuba.
Y esto a pesar de que los únicos cubanos que han sido hallados culpables de haber realizado actos terroristas en Washington D. C. y en varios otros países se formaron en el exilio, principalmente en la Florida, y de que varios de ellos contaron con el apoyo de la Agencia Central de Inteligencia.
Si Obama verdaderamente quiere reforzar la seguridad nacional, recomponer la manera en la que trabajan las agencias de inteligencia y recuperar la coherencia en la lucha contra el terrorismo internacional, debería empezar ya el trámite que marca la ley para borrar a Cuba de la lista de Estados patrocinadores de terroristas. Después de todo, los propios informes del Departamento de Estado señalan que, desde la década de los 90, Cuba ha dejado de apoyar activamente la lucha armada en América Latina y en cualquier otra parte del mundo.
Sergio Muñoz Bata
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