War Cannot Be Won

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En ocasión del año nuevo uno no puede dejar de expresar sus deseos de una vida mejor y feliz para amigos y extraños, para los semejantes cercanos o lejanos, para los seres íntimos y para todos los seres que forman la humanidad, esa patria común. Y uno no puede dejar de pensar que la paz constituye un bien preciado para todos y es el basamento de la vida mejor y la felicidad.

Por eso, el contenido del presente artículo, va dirigido y compete a cada hombre y mujer que buscan o aspiran a un rinconcito de paz bajo el techo de sus casas, en su país o en el planeta, pues lo que suceda en estos sitios repercutirá indefectiblemente en sus vidas.

Pero este puede ser también un mensaje admonitorio para el presidente Obama, quien ha sido declarado sorpresivamente Premio Nobel de la Paz.

Como es conocido la paz, ese derecho e ideal de los hombres y de los pueblos, es representada simbólicamente por una paloma blanca; pero en estos tiempos, como en muchas épocas anteriores de la humanidad, la paloma vuela gravemente herida y con el alma triste y enlutada por tanta insania e insensatez de quienes apelan a la guerra injusta para alcanzar, por esta vía, un sueño imposible, aunque en realidad se trata de ambiciones de supremacía infinitas.

Empezamos un nuevo año y a pesar de tantos problemas acumulados de las más variadas naturalezas, algunos tan graves que amenazan la existencia misma de la especie humana, tal parece que la locura y la irracionalidad no dejan comprender a los dirigentes de las naciones poderosas que el crimen contra la naturaleza y las guerras contra naciones, librados a expensas de fabulosos gastos de recursos de todo tipo, y con horrendos resultados en víctimas humanas, en destrucción desoladora y en sufrimientos, no solucionan los graves padecimientos y dolores de la humanidad sufriente ni del medioambiente deteriorado, sino los agravan en forma mortífera. El fracaso de la Cumbre sobre el Cambio Climático en Copenhague y la continuidad de las guerras en Irak y Afganistán y la ampliación hasta Pakistán y Yemen, son una demostración palmaria de los desatinos vigentes en la arena internacional.

¿Cómo puede explicarse que Barack Obama, quien prometía cambios esperanzadores para los Estados Unidos y el mundo, quien expresaba con euforia y convicción su consigna de “yes, we can”, se vaya distanciando y alejando cada vez en forma más alarmante y defraudante, del verdadero rumbo que le catapultó a la Casa Blanca y le granjeó tanto el respaldo de su pueblo como la simpatía del mundo?

¿Cómo entender que Barack Obama, individuo informado e inteligente, siga como una oveja amaestrada los pasos trazados por W. Bush, un ser anodino, paranoico y brutal, en lo que se refiere a las guerras de Irak, Afganistán y otras que se asomaban en el horizonte? ¿Cómo comprender que a pesar de la posición de la comunidad internacional, solidaria con Cuba y condenatoria del bloqueo criminal, ose, con una estulticia crasa, incluir a Cuba en la lista de países terroristas?

¿Cómo no asombrarse que sus discursos sobre este tema de la guerra retomen argumentos similares a los de Bush y Cheney, o mantenga en el puesto de Secretario de Defensa al mismo personaje que nombrara Bush para apuntalar su debacle guerrerista al final de su período presidencial?

En estos años de guerras despiadadas, de amenazas reales de otras, de agresiones de diversas índoles contra muchos países, todo lo que se ha conseguido, hasta ahora, es un montón de derrotas y penas, humanamente menores en los agresores e infinitamente mayores en los agredidos, pero moralmente mayores en las huestes de los agresores.

Nada bueno ha ocurrido desde el primer día en que se ordenó el estallido de esta hecatombe guerrerista. Las tumbas de los caídos de todos los bandos, el sufrimiento de sus familiares y sus pueblos, son el más impactante y sensible indicio de todo lo terrible y malo que ha acontecido en este lapso luctuoso de la historia humana.

Este año del 2010 las cosas relacionadas con la paz mundial y con el desarrollo de la contienda en los actuales escenarios bélicos, se perfilan como de continuidad por la senda equivocada, para acentuar con ello y las crisis concomitantes, los males de la humanidad.

Sin embargo, a pesar de todos los vaticinios previsibles, el mundo se aferra a la esperanza y a la utopía realizable de que un día prevalecerán y triunfarán, a través de hechos, actos y conductas tangibles, las ideas salvadoras.

Los que sacrifican el prestigio, las promesas, las expectativas y el papel legítimo en la historia, como hoy hace Barack Obama, deben saber y grabar en la conciencia, que nada es bueno en la guerra, sino el fin, y más cuando se trata de guerras injustas.

El fin de las guerras es la verdadera victoria, parangonando al personaje coronel Freeleigh, de la novela “El vino del estío”, del escritor norteamericano Ray Bradbury.

Obama debiera olvidarse de Bush y sus macabras aspiraciones mesiánicas de guerras infinitas, debiera recordar, por el contrario, con veneración y fidelidad a Martin Luther King, quien defendió un sueño sublime y luchó hasta dar la vida por los derechos civiles para los norteamericanos negros y por la paz, y quien, sin duda alguna, desbrozó el camino que hizo posible, a partir de la conquista del reconocimiento esencial de la igualdad entre blancos y negros, la llegada a la Casa Blanca, unos años después de su asesinato, de un representante, el primero, de la raza históricamente esclavizada, explotada, empobrecida, discriminada y hasta encarcelada, asesinada y linchada en una proporción significativa en el país que blasonaba hipócritamente, desde su fundación, de reino de la democracia y la libertad. ¿Alguien podría afirmar que hay algo incierto en lo expresado anteriormente?

En conclusión, puede ser útil para Obama y los otros segundones en las guerras, que éstas nunca se ganarán, pues se perderán irremediablemente siempre y, en su caso, aunque él se resista a reconocerlo, con ínfulas imperiales al estilo del cawboy W. Bush.

Hay que recomendarle, a la vez, que debe desmontarse a tiempo, después de un año en el poder, de la cabalgadura que le impuso, tal vez por la fuerza de las circunstancias, su predecesor jinete de triste y repudiado recuerdo. Los caballos de Texas, a pesar de su estampida estruendosa a los conjuros de su amo texano, no parecen trotar ni galopar bien en las tierras árabes ocupadas. Se corre el riesgo, pues, de que tanto caballos como jinetes nunca arriben a las metas o destinos propuestos.

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