Pragmatismo. En Estados Unidos una decena de estados tienen desde hace tiempo leyes que permiten la venta de mariguana con fines terapéuticos y en California se debate la conveniencia de autorizar la libre venta (sin receta) de esta hierba, como vía para inyectarle al fisco mil 300 millones de dólares anuales en impuestos. En México, nuestro gobierno persiste en la guerra a muerte al narcotráfico como única estrategia para atacar el fenómeno de las drogas.
Y mientras funcionarios de la administración Barack Obama –lo dijo The Wall Street Journal el 28 de diciembre pasado– recomiendan con cinismo manipular el negocio del narco, a base de facilitar el tráfico desde el Caribe para debilitar a los cárteles mexicanos que amenazan su frontera sur, en Chihuahua el presidente Felipe Calderón intenta disfrazar su Waterloo mediante el repliegue del Ejército.
El lunes pasado, en California, se atoró en comisiones de la legislatura pero avanzó entre la opinión pública la pragmática iniciativa del legislador Tom Ammiano, orientada a captar recursos de la industria de la mariguana –cuyo valor es de 14 mil millones de dólares–, con la finalidad de contribuir a cubrir el déficit fiscal de 21 mil millones de dólares de ese rico estado.
El proyecto busca que la droga se venda libremente a los mayores de 18 años, en un esquema regulado, tal como se hace con las bebidas alcohólicas, con lo cual el erario estatal no sólo obtendría recursos, sino lograría ahorros, si se considera que en California cada año se arresta y procesa –con alto costo y la consecuente saturación del sistema de justicia– un promedio de 74 mil personas por posesiones de dicha hierba.
En absurdo contraste con el pragmatismo interno gringo, la administración Calderón tozudamente persiste en la guerra total, dictada a nivel internacional por los propios gringos, pero con el convenenciero criterio de quien ruega que se haga la voluntad de Dios… en los bueyes del compadre.
En los 10 primeros días del presente año la guerra al narco dejó 300 muertos en nuestro país y apunta a recrudecerse, pese a la contundencia de datos oficiales sobre el fracaso de los operativos conjuntos del Ejército, la Marina, la Policía Federal y las policías estatales y municipales, iniciados hace tres años, el 11 de diciembre de 2006. En Michoacán, el estado de arranque de esos operativos, tres años después proliferan retenes, se multiplican las balaceras y crece el número de muertos, pero el narco por lo visto sigue tan campante.
En Ciudad Juárez los operativos iniciaron un año y medio después, en abril de 2008, y los datos no pueden ser hoy más desconsoladores. Mientras que en 2006 –de acuerdo con registros periodísticos– las ejecuciones sumaron 130 y en 2007 llegaron a 148, durante el primer año de operativos conjuntos la cifra de muertos se disparó hasta ¡mil 652! y superó los dos mil al año siguiente.
Causa indignación que mientras en México la guerra al narco ha dejado en total unos 15 mil muertos en tres años –según los más conservadores conteos de la prensa– y absorbe un mundo de recursos económicos, al tiempo que crecen la pobreza a secas y la pobreza extrema, que es decir el número de mexicanos que no tienen para comer, en el asunto de las drogas el gobierno atiende a pie juntillas los dictados de Washington.
A pesar de lo dicho por The Wall Street Journal el Día de los Inocentes, en el sentido de que funcionarios de México y Estados Unidos proponen legalizar las drogas como única vía de solución real al problema, Calderón y sus estrategas persisten en la aplicación de una política represiva que, sin embargo, Estados Unidos no ejecuta en su territorio.
De acuerdo con el periódico neoyorquino, funcionarios estadunidenses recomiendan –acabado ejemplo de cinismo, insolencia y maniqueísmo– que su país facilite el tráfico de drogas desde el Caribe, con la finalidad de perjudicar a los cárteles mexicanos que resultaron vigorizados tras el combate a los cárteles colombianos y amenazan ahora la frontera sur.
El personaje que formuló tan insultante propuesta de continuar el juego del gato y el ratón en medio de un charco de sangre lo hizo mediante un mañoso interrogante: “¿Preferiría desestabilizar a pequeños países en el Caribe o a México, que comparte una frontera de tres mil 200 kilómetros con Estados Unidos, es su tercer socio comercial y tiene 100 millones de habitantes?”.
No obstante las evidencias de que al vecino del norte lo último que le interesa es solucionar el fenómeno de las drogas –del cual el tráfico es sólo una de sus muchas aristas–, nuestro gobierno maniobra para ocultar su fracaso en este campo y recrudecer la guerra total.
Por estos días, en Ciudad Juárez el Ejército empezará a reducir su protagonismo, tal como se ensayó en Cuernavaca durante la detención de Arturo Beltrán Leyva, cuando no actuaron subordinados del general Guillermo Galván, sino del almirante Francisco Sainez Mendoza. Los militares empezaron a cederle el control del operativo a la policía, en un proceso que durará hasta marzo, cuando se encargarán de combatir el narco sólo en las zonas rurales.
De acuerdo con Genaro García Luna a Ciudad Juárez llegarán dos mil policías federales más, con lo cual se reforzará la actividad de siete mil 200 soldados –de un total de ocho mil 500 en el estado–, además de la policía estatal y la municipal. La despresurización, a base de enviar soldados al área rural, se torna entonces algo así como ampliar la calle cuando ya no caben los baches.
A 40 años de que Richard Nixon declarara formalmente la guerra contra las drogas –señaló el rotativo neoyorquino–, las únicas cifras que han aumentado son las concernientes a costos para los contribuyentes en Estados Unidos y los asesinatos en México (además de los costos económicos, debe decirse), por lo que la legalización de las drogas sería el golpe más contundente al narco.
La misma ruta de TWSJ –y de otras muchas influyentes publicaciones internacionales, con The Economist a la cabeza– recorre desde hace tiempo el peruano Mario Vargas Llosa, al lado de un nutrido grupo de intelectuales de las más diversas ideologías. El prolífico escritor que acuñó aquello de “la dictadura perfecta”, a quien nadie acusaría ahora de ser simpatizante siquiera de la izquierda, reiteró por estos días su posición a favor de la despenalización y criticó con firmeza la estrategia calderonista contra el tráfico de drogas.
Alguien debería decirle, sin embargo, al autor de La ciudad y los perros que nada puede hacerse ante un gobierno autista que, cuando por fin sale de su estado de abstracción, se solaza escuchando su propia voz. O la de sus áulicos y quienes los azuzan desde los medios con el cuento chino de que no hay más opción que la guerra del fin del mundo.
aureramos@cronica.com.mx
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