The Conservative Supreme Court

Edited by Jessica Boesl

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Obama pasa momentos difíciles. Los demócratas perdieron el emblemático escaño que Ted Kennedy ocupó en el Senado durante 45 años. Horas después, la Suprema Corte resolvió autorizar a las empresas gastar dinero a favor de candidatos políticos de su preferencia o bien invertirlo en contra de quienes sean opuestos a sus intereses.

Si revisamos la historia de Estados Unidos, la Suprema Corte ha escrito algunas de las páginas más importantes de la democracia y la justicia. Admirada por los sistemas políticos del mundo, esa Corte también lleva el oprobio de ser autora de algunos de los pasajes más vergonzosos. Tal es su poder que fue causante de la esclavitud que motivó la Guerra de Secesión, con la resolución en el caso de Dred Scott. Después fue responsable de la doctrina de la segregación, en la decisión Plessy que creó la doctrina “separados peor iguales”. Conforme a la decisión, las instalaciones públicas de los negros deberían estar separadas, si bien teóricamente son iguales a las de los blancos. Las escuelas, transportes y teatros de los estados del sur, quedaron separadas pero nunca fueron iguales. Los presidentes de la Suprema Corte, Taney y Fuller, llevan el oprobio de haber presidido esas cortes que legalizaron la esclavitud y la segregación racial. Por el contrario, John Marshall o Earl Warren han pasado a la historia como los jueces acrisolados que lucharon por la verdad y la justicia.

Con fundamento en la libertad de expresión, la actual Corte, con todo y que la juez Sotomayor, nombrada por Obama, votó en contra, decidió en una votación cinco a cuatro autorizar gasto político a las empresas a fin de no invadir su esfera de libertad, tal y como si fueran personas físicas. Las puertas se abrieron para el financiamiento de las campañas cuando las elecciones intermedias están a la vista. La resolución permitirá que en Washington los grupos de cabildeo, los lobistas, tengan magníficas herramientas para inducir el voto de los legisladores a favor de sus proyectos. Podrán decirle a quien, supongan, no favorecerá sus intereses, “si votas en contra de tal proyecto, tenemos la capacidad constitucional de gastar millones en campañas en tu contra para que en las próximas elecciones pierdas tu escaño. ¿Cómo la ves?”

Durante la presidencia de Gerarld Ford, la Corte tuvo una decisión similar en contra de una reforma electoral que limitaría las aportaciones financieras a las campañas. El juez White recibió una llamada de Ethel Kennedy, la esposa del asesinado Bob. Le reclamó la decisión airadamente, pues iba, según la viuda de Kennedy, en contra de la reforma democrática que proponía el Partido Demócrata. White le contestó que no debería preocuparse. La decisión de la Corte similar a la actual permitiría que grupos ricos y poderosos, como los mismos Kennedy, le dijo, gastaran todo el dinero que quisieran en campañas políticas.

Es probable que esta decisión convierta a la Corte de Obama en uno de los patitos feos de la democracia y la justicia estadunidenses. Es la misma que votó cinco a cuatro para evitar el conteo de votos, lo que aseguró la elección de Bush en contra de Gore. Obama tendrá dos caminos: promover nuevas leyes ante el Congreso o bien esperar cambios en la composición de la Corte.

Bush dejó como legado a Obama la crisis económica y otro pesado fardo, como es la mayoría conservadora de la Corte. Obama tendrá que esperar que la naturaleza haga su trabajo: de los nueve jueces en funciones, John Paul Stevens nació en 1920 y la juez Ruth Bader Ginsburg padece cáncer de páncreas. Por lo pronto, los republicanos llevan la agenda de la Corte. Obama, desesperado, no tiene otra más que esperar.

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