China Playing the Victim

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EDITORIAL

Victimismo chino

07/02/2010

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La relación EE UU-China es la más decisoria del siglo en ciernes. Esa compleja interlocución entre un superpoder consolidado y otro que emerge aceleradamente, que ha funcionado aceptablemente durante los últimos años, está siendo zarandeada en el curso de unos pocos días. La venta de armas a Taiwan por EE UU, más de seis mil millones de dólares, y la decisión de Obama de recibir al Dalai Lama han destapado la caja de los truenos.

Ni lo uno ni lo otro son acontecimientos excepcionales en la política exterior estadounidense. La desproporcionada reacción esta vez del régimen comunista, con un lenguaje nada diplomático y amenazas de represalias en diversos ámbitos, refleja hasta qué punto la balanza relativa de poderes se desplaza en favor chino. A medida que Pekín se percibe como potencia en irrefrenable ascenso, su política se va haciendo más enérgica e inflexible. Recientes botones de muestra van desde la represión en Xinjiang o la brutal condena al más prominente de los disidentes chinos, Liu Xiabao, hasta la cumbre climática de Copenhague o la discordancia de Pekín respecto de Irán, de cuyas ambiciones nucleares es en la práctica valedor ante el Consejo de Seguridad.

Las discrepancias entre EE UU y China incluyen el proteccionismo comercial, el valor de la divisa china o las libertades en Internet. Pero ni respecto de Taiwan ni sobre el Dalai Lama Obama puede dar el brazo a torcer. EE UU tiene un compromiso por ley desde 1979 con la defensa de la que Pekín considera su provincia rebelde, a la que apuntan cientos de misiles. Y sobre un tema de principios, como el del Dalai Lama -Washington reconoce el Tíbet como parte de China- no caben políticas de trueque. China y EE UU están condenados a entenderse. Y Pekín debe comenzar rápidamente a asumir que su condición de gigante a todos los efectos implica responsabilidades globales, no sólo agraviado victimismo.

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