Me alegro de que Barack Obama se deje de pamplinas y haya ordenado al Pentágono poner fin a la política del «Don´t ask, don´t tell».
Según una ley, que se aprobó en tiempos de Bill Clinton y lleva en vigor 17 años, un homosexual sólo puede servir en el Ejército norteamericano si no revela su orientación sexual y los superiores tienen prohibida hacer cualquier tipo de indagación sobre las tendencias de sus subordinados.
Puede que esto ocasione algún problema de intendencia, porque tendrán que decidir cómo se organizan los alojamientos y si las parejas gays gozan de los mismos beneficios que las parejas hetero, pero ya era hora.
No es que me haya hecho repentinamente del lobby, porque a esta edad y después de tantos avatares, uno tiene las preferencias muy asentadas, pero el asunto me parecía de un cinismo atroz.
No se si saben que hasta el final de la Guerra de Vietnam y como hacían falta efectivos, funcionó la regla denominada «queen for a day» -reina por un día- que permitía al homosexual pillado in fraganti permanecer en la unidad y seguir combatiendo, siempre que jurara que sólo lo había hecho una vez.
Ya me dirán ustedes qué peligro puede entrañar para la seguridad, la disciplina o la eficacia de un batallón, que a unos cuantos de sus integrantes varones les gusten los tíos y no las tías.
Alejandro Magno conquistó el mundo, sin que le supusieran inconveniente alguno sus líos amorosos con el Hefestión y su afición a ponerse el vestido plateado de Atenea.
Tampoco frenó bélicamente a Escipión el Africano su afición a los curtidos legionarios. Lo mismo puede decirse de Ricardo Corazón de León, que le daba a todo y además escribía poesía.
El valor, el sentido táctico, la capacidad de sacrificio y al amor a la Patria poco tienen que ver con el sexo.
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