Tras un primer difícil año en la Casa Blanca, el presidente Barack Obama diseñó en su discurso sobre el estado de la Unión nuevas pautas para la segunda fase de la legislatura. Su mensaje central es de suave apertura al centro, el espacio donde se dirime la hegemonía, pero sin arrinconar sus propuestas sociales. Una deriva que ya ensayó, con éxito, Bill Clinton, y una receta que, de acertar, debería desbloquear los obstáculos legislativos a los que se enfrentan sus reformas.
La voluntad de giro moderado pivota sobre la consideración de la economía, que ocupó más de dos tercios del discurso, como primera prioridad. Esa voluntad se manifiesta en la atención específica a las preocupaciones de los votantes que oscilan entre los dos partidos y a los independientes. Sobre todo, el crecimiento del déficit público, del que recordó que era una herencia recibida de los republicanos, frente al superávit legado por los demócratas. Y que prometió conjurar con un paquete trienal de drástico ahorro en el gasto público del que sólo se zafarán la seguridad nacional, los gastos sanitarios y la Seguridad Social. Pero, eso sí, trasladado hasta 2011, confiando en que la recuperación en curso lo haga más digerible.
El intento de recuperar el espacio de centro se evidenció también en sus promesas de mejorar la fiscalidad de las pequeñas empresas y en su constante apelación a las clases medias, a las que destinó guiños sobre el ahorro y la educación. Al mismo propósito corresponde el mayor énfasis en la firmeza de la política exterior, donde no deslizó novedades, más allá de la cita de Kennedy y (significativamente) Reagan como inspiradores de su estrategia de reducción pactada con Rusia del armamento nuclear. En este decisivo capítulo, esbozado muy brevemente, pues preocupa más fuera que dentro, reiteró los, aún escasos, resultados de su enfoque multilateralista o la fecha de 2011 para el inicio del regreso de las tropas desplegadas en Afganistán.
Pero a cambio de todo ello pidió al Partido Republicano -que ha inaugurado un estilo de oposición férrea y sin fisuras- “trabajar juntos” y colaborar en el Senado, donde los demócratas acaban de perder el escaño 60º que los hacía invulnerables. Oferta de zanahoria aderezada con amenaza de palo: la de dirimir algunos asuntos por decreto.
Obama pretende el encaje de bolillos de emprender ese viaje al centro sin perder el empuje de sus fieles de la izquierda. A ellos les aseguró: “No me rindo”. Y les prometió no “abandonarlos” en la reforma sanitaria, que se culminará, aunque no dijo cómo. A ellos, sobre todo, les dedicó su mensaje de firmeza frente a Wall Street. Y la identificación de los reaccionarios: lobbies, banqueros, tertulianos audiovisuales y el complejo administrativo y de intereses sintetizado en “Washington”. No es envite fácil esa pretensión de avanzar apoyándose en ambas muletas a la vez. Pero ha venido a reconocer que resulta imposible hacerlo con una sola.
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