Hace año y medio me pregunté quién era Sarah Palin. No creo que la respuesta sea ahora más fácil que entonces. Pocos como ella se han convertido en una figura nacional de tal relevancia en tan poco tiempo. Luego cayó un poco en desgracia y, cuando arreciaron las críticas en su contra, dimitió como gobernadora de Alaska. Para una persona que juega con la idea de ser candidata a la presidencia de los Estados Unidos, abandonar su puesto en un mal momento es un mal precedente. Su displicencia hacia el trabajo le ha jugado alguna mala pasada.
Ahora ha vuelto a adquirir protagonismo gracias un gran discurso en el que dijo que los Estados Unidos estaban preparados para una nueva revolución. Lo pronunció en la convención de un movimiento grass roots, es decir, emergido de la iniciativa popular, llamado Tea Party, y que nació como una protesta por el aumento de impuestos, necesario para pagar los enormes planes de rescates de Bush-Obama, más los planes de estímulo del empleo, que excepto el nombre tienen muy poco de estímulo. Ahora se ha convertido en el vehículo de expresión del descontento de una parte importante de aquel país hacia el aumento desbocado del poder del Gobierno federal sobre los ciudadanos.
Es muy interesante, porque su origen está en el hecho de que gentes de todo tipo pusieran en común toda la indignación que podemos comprender bien si aunamos los efectos de la crisis económica con los impuestos y gastos al alza y con una tradición política que recela del poder, que es la que vio nacer a aquel país y que todavía no ha muerto. Este movimiento cuenta con la simpatía de un tercio del país. Acaba de crear un Comité de Acción Política, que es el nombre que le han dado a las organizaciones que se dedican a recabar dinero para apoyar a un candidato en unas elecciones. De modo que el Tea Party puede jugar un papel muy importante en la política en aquél país.
El Tea Party es un movimiento de renovación, esa renovación política que sólo Estados Unidos, el país más democrático de todos con gran diferencia, puede ofrecer. Pero es también un movimiento con tradición en la política de los Estados Unidos. No es ya que recoja su nombre del Boston Tea Party que prendió la chispa de la revolución estadounidense, sino que cuenta con precedentes como la revuelta por el impuesto sobre el whiskey, la oposición al embargo de Jefferson, las revueltas contra el “arancel abominable” y contra Lincoln o el movimiento de la vieja derecha contra el New Deal. Este movimiento ha nacido en el momento histórico oportuno y cuenta con las ideas precisas y la tradición suficiente como para dejar una huella permanente en la historia de los Estados Unidos.
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