Quizá sepan que el pasado domingo hubo elecciones generales en Irak. Su glosa en las páginas editoriales de los diarios españoles ha sido atemperada -ABC es la digna excepción. Entre bombas, los iraquíes salieron en masa a votar. Algunos datos son muy relevantes. Un lustro atrás en Anbar, por ejemplo, sólo se emitieron 3.375 sufragios -un 2 por ciento del censo. El domingo votó allí el 61 por ciento. Como en el resto de las provincias de mayoría sunní, las urnas pasaron de quedarse casi vacías en las primeras elecciones generales a estar en la media de participación nacional o por encima. Con dos elecciones celebradas con alto respaldo popular y una transparencia democrática a la que sólo el Líbano se aproxima en todo el mundo árabe, la cuestión es si ya se puede cantar victoria o si hay que ser prudentes todavía.
Parece evidente que la prudencia es siempre buena consejera. El afán del presidente Obama el pasado domingo por anunciar que las elecciones aceleraban el calendario de regreso de sus tropas parece un tanto imprudente. Es mucho lo logrado para ponerlo en riesgo ahora. El éxito del «surge» está a la vista de todos. Occidente tiene en el corazón de Oriente Medio un aliado democrático que está venciendo a Al Qaida y que puede ser terreno fértil para un intento de crear una nueva Hizbolá. Con Turquía en manos de una mayoría islamista que la aleja de Occidente y con Irán en el proceso de conseguir la bomba ¿podemos perder esta oportunidad en Irak? Es evidente que el escaso eco de esta elección es debido a la vergüenza que deben sentir los muchos que anunciaron que Irak no podía ser nunca una democracia; estoy deseando oír sobre el asunto a Miguel Ángel Moratinos. Quizá hace una semana, cuando recorrió la avenida George Bush de Tiflis, tuviera ocasión de reflexionar al respecto. Ojalá.
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