Éste es el mundo que ven los adversarios de Barack Obama:
Todo le va mal. La reforma sanitaria, que fue una de las principales promesas de Obama, fracasó. Nadie la quiere. La economía también va mal. Salvó a los ricachones de Wall Street de la bancarrota mientras dejaba que los pobres perdiesen sus viviendas, creando así una fuente de feroz resentimiento entre sus propios partidarios. El desempleo sigue alto y el déficit público, la deuda exterior y la dependencia financiera de China se ciernen como graves amenazas. Esto impone limitaciones al presupuesto del Pentágono y, por lo tanto, a la hegemonía militar del país. La brecha entre republicanos y demócratas se profundiza cada vez más, lo que dificulta construir las coaliciones políticas necesarias para aprobar leyes indispensables.
Internacionalmente las cosas tampoco van bien. Obama transformó la insurrección de los talibanes en Afganistán en un amplio conflicto bélico que además extendió a Pakistán, corriendo así el riesgo de desestabilizar los precarios equilibrios políticos de esta potencia nuclear. Una guerra que era de Bush es ahora la guerra de Obama. Su discurso en El Cairo, en junio de 2009, proponiendo una nueva era de iniciativas que condujeran a la paz en Oriente Próximo y una nueva relación de su país con el islam y el mundo árabe creó enormes expectativas positivas que, en menos de un año, la realidad ha desbaratado.
Su intento de buscar un diálogo constructivo con Irán también fracasó y ahora de lo único que habla Estados Unidos con sus aliados es sobre el alcance y la ferocidad de las sanciones que van a imponer a Irán si no desiste de su propósito de producir bombas atómicas. Los chinos también andan descontentos con un Obama que vende armas a Taiwán, recibe al Dalai Lama y con el que no pudieron llegar a ningún acuerdo en Copenhague sobre cómo luchar contra el calentamiento global. Y los líderes europeos también están desilusionados. Sienten que Obama es distante y no los toma, ni a ellos ni a su continente, en serio. En fin, a Obama le va mal en casi todo y seguramente no será reelegido. Al igual que Jimmy Carter, será presidente por tan sólo cuatro años y después se dedicará a la filantropía, a escribir libros y dar conferencias. Obama ha fracasado.
Éste es, en cambio, el mundo que ven los aliados de Barack Obama.
Era absolutamente imposible mantener las estratosféricas expectativas que tenía la gente dentro y fuera de Estados Unidos acerca del nuevo presidente. Aun así, y a pesar de la caída de los índices de popularidad, cerca de la mitad de los estadounidenses siguen apoyando la gestión de Obama. Esto lo coloca entre los presidentes del mundo que más apoyo tienen de sus ciudadanos. La economía sigue débil, pero ya no está al borde del precipicio. El desempleo sigue alto, pero se ha estabilizado y los expertos calculan que seguirá declinando. Salvar a los bancos tuvo enormes costes políticos, pero evitó el colapso del sistema financiero, lo cual hubiese tenido pavorosas consecuencias para todos. La reforma sanitaria implica tocar poderosos intereses, empresariales y sindicales, que suponen ingresos anuales equivalentes al 16% de la economía estadounidense. Esto explica por qué durante décadas nadie había logrado reformar el sistema. Pero, de una manera u otra, Obama logrará que se aprueben reformas que si bien serán insuficientes, significarán un avance.
A nivel internacional, Obama cumplió con su promesa de buscar acuerdos, compromisos y distensión con países con los que había heredado fricciones sin precedentes. Lamentablemente ha habido pocos avances. Pero, ¿es sólo de Obama la responsabilidad de que personajes como Ahmadineyad, Castro, Chávez, Kim Jong-il, los líderes de Hamás y Hezbolá, Bibi Netanyahu y otros, hayan rechazado o jugado con sus ofertas de acercamiento y negociación? Sus críticos aducen que fue una ingenua novatada de Obama el suponer que estos interlocutores son capaces de entender que un acercamiento no es una señal de debilidad. Pero Obama está aprendiendo.
Mientras Obama aprende, sus rivales políticos se consumen en conflictos irreconciliables. Para que Obama sea derrotado en las próximas elecciones, los republicanos deben encontrar un candidato aceptable tanto para los fundamentalistas religiosos, como para los halcones de la política internacional y los conservadores de la economía. Y que, además, sea atractivo para el resto de los ciudadanos. Es por eso que, por ahora, lo más seguro es apostar a que Obama será reelegido. Por ahora.
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