Reforma de salud: camino o destino
El presidente Barack Obama ha logrado la aprobación de una reforma del sistema de salud; la primera de su programa. Realmente un poco más que Medicare y menos que una cobertura sanitaria integral y eficiente para toda la población. Tal vez todo hubiera sido más fácil haberlo enfocado como una acción filantrópica al estilo de Bill y Melinda Gates, cosa a lo que se parece.
Como todo el mundo comprende, para el presidente no se trata del final del camino, sino de la primera entre muchas medidas que será preciso impulsar para consumar su programa de cambiar a los Estados Unidos que pudiera ser el cometido político más audaz desde que los barbaros retaron a Roma y frente al cual Gorbachov recuerda a un reformista municipal.
El problema es que no basta estar convencido, como parece estarlo una parte del stablishment, de que Estados Unidos debe cambiar, sino de vencer la resistencia de quienes rechazan la idea. Más que de preferencias políticas y de sentido común; se trata de poderosos intereses. Es probable que los Estados Unidos puedan ser cambiados, lo difícil es que tal cosa ocurra de abajo hacia arriba. Haber nacido en Hawái, de padre negro es más un lastre que un aval.
Barack Obama es una criatura del sistema como también lo fueron Lincoln, Roosevelt, JFK y todos los demás. A lo largo de 234 años, 43 presidentes han trabajado sin desmentirse y sin faltar a los intereses de su clase para ser lo que son: un imperio. Si bien entre ellos los hubo que realizaron reformas más o menos audaces, ninguno se desmarcó del sistema ni atentó contra las instituciones básicas de la Nación.
Personalmente no tengo la menor duda de que Estados Unidos cambiará, no porque sus élites sean avanzadas sino porque no son suicidas y Obama es el instrumento. Si bien el hecho de ser negro, subraya la imagen de cambio, no es lo más importante; lo mismo hubiera sido si fuera verde; lo realmente importante es que califica para una tarea que McCain y Sarah Palin no hubieran podido ni esbozar.
La necesidad de cambiar, no tanto el sistema político, como el estilo de vida, el comportamiento hacía los recursos naturales estratégicos, las prioridades sociales, con acentos en el empleo, la salud y la educación, la emigración y tal vez la imagen internacional, son hechos; las dudas radican en las formas que asumirá un proceso cuyas formas, plazos y ritmos son un enigma. En esta estrategia, Barack Obama no es el ideólogo, sino el instrumento, no el Quijote sino Rocinante.
La reforma de salud, como cualquier otra acción análoga a escala de todo el sistema y de toda la Nación en Estados Unidos, deberá vencer la enconada resistencia, no sólo de los sectores conservadores apegados al status quo y refractarios al cambio, sino también de los elementos que resultan económicamente perjudicados, sin descontar a aquellos que sin entender bien de qué se trata, temen por las consecuencias de la intromisión del Estado en la vida social. Al respecto baste recordar que el Tribunal Supremo de los Estados Unidos anuló casi todas las medidas del New Deal que un día salvaron al país del desastre.
Al no encontrar asidero en pronunciamientos políticos o sociales, las primeras impugnaciones al proyecto son de orden filosófico, se amparan en el liberalismo puro y alegan que el Estado no tiene derecho a imponer un seguro de salud a los ciudadanos, incluso cuando sea en su propio beneficio; incluso se afirma que los oponentes pretenden ampararse en la Constitución.
Esa opción se explica porque, la única manera que existe en los Estados Unidos de impugnar una ley es aludir su inconstitucionalidad, cosa que en este caso no aplica debido a que el texto constitucional es omiso en materias sociales, tanto que las palabras salud y educación no se utilizan, ni siquiera en las diez primeras Enmiendas que establecieron los derechos de los norteamericanos.
Desafortunadamente para él, Barack Obama ha comenzado su andadura reformista no por el lado que convendría a los ricos, sino por el lado que favorece a los pobres. La reforma migratoria que parece ser el próximo desafío será aun más difícil porque los conservadores trataran de vengarse y porque alude a los elementos más preteridos de la sociedad norteamericana de hoy: los hispanos pobres.
La violencia y el primitivismo con que la derecha se ha unido como una “entente cordial”, frente a un propósito destinado a favorecer a unos 30 millones de norteamericanos que actualmente carecen de cobertura de salud, puede ser apenas un anuncio de lo que ocurrirá cuando se trate de los derechos de millones de mexicanos, centroamericanos y otros hispanos que durante años han permanecido en ese país en calidad de emigrantes indocumentados.
Al contemplar el paisaje después de la batalla, el presidente Barack Obama no tiene demasiadas razones para sentirse optimista; apenas ha dado el primer paso, una acción más filantrópica que revolucionaria y tiene por ello que enfrentar la ira desbordada de la parte del stablishment para la cual los pobres no son el prójimo. Según sus propias palabras, el esfuerzo ha sido agotador. Está por ver si le quedan fuerzas y determinación para seguir adelante y esta es la primera o la última de sus reformas. Ojalá siga adelante y encuentre los apoyos necesarios; para saberlo habrá que dar Obama al tiempo.
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