Seguramente Barack Obama sabía que ya había perdido las elecciones de noviembre próximo. Seguramente el Partido Demócrata sabía, que su suerte estaba echada. Por eso, la aprobación de la reforma, tiene un valor político que excede a la propia iniciativa. Sin esta ley, la Presidencia de Obama simplemente hubiera sido liquidada.
Obama sabía que podían pasar dos cosas: una, que su suerte ya estuviera decidida y que su muerte sería en retirada y con el estigma de ser un gobernante incompetente. Dos, que se movilizaran a favor los que damos el dinero a una compañía de seguros que nos protege mientras estamos sanos y podamos pagar, y que sabrá cómo no atendernos cuando nos ataque alguna enfermedad .
Lo bueno de esta reforma es que existe. Lo malo es la ley en sí misma. Pero si Obama no hubiera impuesto esta iniciativa, ni él ni los millones de votantes que lo eligieron y aquellos alrededor del mundo que todavía esperan algo de su gobierno, tendrían una segunda oportunidad.
La ley obliga a ciudadanos y residentes legales a contratar un seguro médico a partir de 2014; establece que las compañías de seguros no podrán rechazar a personas enfermas; además, el Estado auspiciará la cobertura para desempleados y jubilados; las empresas se obligan a otorgar seguro médico a sus trabajadores y los menores de 19 años no podrán ser rechazados por las aseguradoras.
¿Por qué es mala la ley? Porque EE.UU. gastará tres veces más en atención médica que cualquier otro sistema de seguro médico universal en el mundo, y no son universales. Se calcula un gasto de 900 mil millones de dólares en los próximos 10 años. Ergo, el sistema es malo por oneroso. Y echar más malo sobre malo le da la razón a los que la critican.
Es necesario diferenciar la creación del seguro universal y el cambio social que esto conlleva, del funcionamiento de un sistema que ya es ineficiente. El bien morir se ha convertido en un derecho del siglo XXI, al igual que en el siglo XX el derecho fue no ser segregado. Lo que sucede es que estamos confundiendo una buena solución política con una mala solución técnica.
La ley de derechos civiles fue importante en el siglo pasado no porque la gente pudiera votar, sino porque eliminaba la posibilidad de que a alguien, por ley o por costumbre, se le prohibiera emitir el voto. Obama ha conquistado el derecho a existir políticamente.
Estoy convencido que la nueva ley significará el “levántate y anda” de un surfista político llamado Barack Hussein Obama, quien hasta el domingo por la noche era un zombi príncipe keniata, ahogado no en las encrespadas olas de Hawái -donde aprendió a nadar- sino en una laguna de Harvard desde donde reclamaba “por qué no me miras, si lo que quiero hacer es bueno”.
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